Übermensch

1983. Helsinki. Un efebo asombra al mundo saltando con su pértiga sobre los 5,70. Es ucraniano aunque él cree que es ruso, hasta que en diciembre del 91 Gorbachov dimita como presidente de la URSS. No llega a los 20 y acaba de proclamarse campeón mundial con una marca que se acompleja ante los 5,81 de Polyakov, récord de la especialidad. A partir de ahí, el irreverente chaval de Lugansk -Serguéi Bubka- es el encargado de subir el techo del salto humano desde los 5,85 de Bratislava hasta los 6,14 de Sestriere en 10 esplendorosos años de abuso.

1983. Múnich. Una atleta veterana y de aspecto recio compite en una reunión germana como preparación para Helsinki. Se llama Jarmila Kratochvílová y es checoslovaca, al menos hasta que en el 93 se forme la República Checa. Toda su carrera ha estado eclipsada por Marita Koch, de la RDA. Un calambre provoca que en el último segundo decida correr los 800 para minimizar riesgos y probar ritmo. Es su tercera carrera oficial en la distancia y para el crono en 1:53,28 estableciendo un récord mundial casi cuatro segundos inferior a su mejor marca.

JARMILA KRATOCHVILOVA

2020. Torun y Glasgow. En una semana un púber sueco llamado Armand Duplantis pulveriza por dos veces (6,17 y 6,18) el récord refinado por Bubka durante toda una década. La alianza de la tecnología con la depurada técnica del nórdico devastan todo lo anterior.

Es un proceso normal. De las 150 plusmarcas mundiales de atletismo de hombres y mujeres, más de 100 han sido conseguidas en los últimos 20 años y prácticamente la mitad (70) en el último decenio. El primer récord mundial reconocido son los 47,8 segundos de Maxey Long en los 400 metros de Nueva York. Ocurrió hace 120 años.

El milagro de Kratochvílová es que nadie haya conseguido tan siquiera acercarse a su hazaña del 83 (también posee la plusmarca de los 400 indoor que data del 82). Otra de las más antiguas (1985) está en poder de su archienemiga Koch que frenó el crono de Canberra en 47,60 en los 400 metros outdoor. Ambas fueron señaladas por sus hechuras varoniles. El pecado de las dos rivales del tartan fue nacer en países que se encontraban al este del Telón y que iniciaron en los 70 un programa de dopaje pergeñado por sus gobiernos.

El Oral Turinabol -compuesto por hormonas sexuales masculinas- corría por las gargantas de los atletas comunistas sin freno ni control con el único objetivo de demostrar mayor músculo que Occidente en plena Guerra Fría. 40 años después solo quedan juguetes rotos, un carro de medallas y un par de récords que resisten el paso del tiempo como un busto de Lenin en medio del Polo Sur.

Artículo publicado en El Correo Gallego

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