Manierismo literario

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Según Étienne-Jean Delécluze, el término «rococó» fue inventado en torno al año 1797 como una broma por Pierre-Maurice Quays, alumno de Jacques-Louis David. Supuestamente se trataría de una asociación de las palabras francesas «rocaille» y «baroque» (barroco), la primera de las cuales designa una ornamentación que imita piedras naturales y ciertas formas curvadas de conchas de moluscos.

Intento hacer lo mismo, pero con la actualidad y la escritura.

El triunfo de Galatea

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Son más de las seis de uno de esos días de noviembre en los que ya reina la penumbra. La calle de esta periferia se ha detenido sin que ningún ruído perturbe la noche que, además de oscura, es fría. Podría permanecer horas disfrutando de la melifluidad del beso del pincel al lino del lienzo pero, de repente, alguien practicando el saxo ejecuta las notas del ‘Careless Whisper’ de Kenny G. Unas notas que ya no son para mí.
Cuando Rafael pintó su Galatea lo hizo de una manera brillante. También en el fondo. En el fresco la nereida huye encima de una concha de todo lo que la rodea. En mi cabeza huye también del cíclope Polifemo y busca la razón de sus suspiros, su amor verdadero, Acis. Las criaturas marinas que se agolpan a su alrededor celebran la lujuria, la lascivia y el libidinaje, extasiados por los disparos de varios cupidos celestes. Galatea esquiva las flechas y mira, esperenzada, hacia el único putto que guarda sus dardos para una ocasión mejor, para ese echte liebe que tanto anhela.
Hace dos años, en un acceso romántico irrefrenable, comencé esta obra. Lo hacía porque me creía Galatea, pero todavía no sabía que estaba siendo Polifemo, empecinado por el deseo de posesión. A lo largo de este tiempo he sido todos los personajes del cuadro de Rafael. He sido nereidas y tritones, celebrando lo frugal. He sido los cupidos que disparan indiscriminadamente y también el que espera. He sido Acis, en ascuas por la llegada del amor platónico. Y finalmente Galatea, capaz de valorar el significado de cada ocasión para esperar, con paciencia y esmero, a que suceda lo que de verdad importa.
No es tarea sencilla saber quién es uno en cada momento. La claridad en el pensamiento requiere mucho trabajo en soledad.
Ahora yo ya sé quién quiero ser. Y qué quiero conseguir.
Y pienso que quizás ese ‘Careless Whisper’, que sonaba hace semanas, sea para mí.
“Just one last time”

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Los amantes

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El no saber interpretar su amor mató primero a Diego de Marcilla y después a Isabel de Segura. La historia de los amantes de Teruel -tonta ella y tonto él- está bien, pero yo siempre fui más de Magritte. En 1928 el belga publicaba cuatro lienzos en los que una pareja comparecía con el rostro tapado por telas que caían hasta los hombros. El velo húmedo se cree una reminiscencia del autor, que vio como sacaban a su madre del río Sambre con la camisa enrollada en la cabeza, pero el misterio que encierra el beso de los amantes es indescifrable.

Los amantes intentan estar unidos mediante un ósculo en el que se topan con un elemento que los separa y que les impide ver la completa realidad del otro.

Lo que nos une (el beso) es el grado de transparencia con el que nos abrimos para entregarnos. Lo que nos separa (la tela) es el grado de discreción con el que nos protegemos para evitar ser heridos. Y es tan legítimo acelerar y lanzarnos a tumba abierta como situar los dedos sobre el freno de mano para no despeñarnos con todo lo que llevamos en el maletero.

La cara oculta de cualquier persona es la que más miedo genera. Porque nunca sabemos hasta que punto teatraliza, hiperactúa o finge. Amamos lo que vemos, pero tememos aquello que no está a nuestro alcance. Todo lo que ocurre cuando se apaga la luz. Cuando estamos lejos. Cuando whatsapp no muestra nuestra última conexión.

Las dudas sobre el subconsciente ajeno y propio han podido avivarse durante la pandemia. La crisis sanitaria nos ha hecho ver realidades palmarias antes ignoradas. Y nos ha puesto en la tesitura de contestar a preguntas incómodas que han rasgado de arriba abajo un modo de vida que creíamos lógico. El amor nos ha hecho temblar de miedo, de rabia y sobre todo de la vulnerabilidad que sentimos cuando una simple bolsa plástica del Gadis nos protege de todo aquello que pueda quebrar nuestra alma: bien sea la última versión de un virus respiratorio o la vertiente más insondable de un amor oscilante.

Nos han puesto tantas normas que solo nuestra responsabilidad nos devolverá lo esencial.

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