Reloj no marques las horas

En el año 56 Roberto Cantoral tallaba un himno transgeneracional a los amores imposibles, aquellos que nunca llegamos a abrazar. “Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer (…) Reloj detén tu camino, porque mi vida se apaga”. Los acuciantes sentimientos de pérdida que le sobrevenían al mejicano, fueron experimentados desde principios de siglo por los rivales de los Boston Red Sox que llevan visitando 107 años el santo grial de la pelota base mundial: Fenway Park.

Parte de su construcción original es el ‘Monstruo Verde’, el gigantesco muro donde se ubica el marcador desde 1934. Tres operarios cambian manualmente la puntuación de la pizarra moviendo fichas de acero de 1,5 kilos entrada tras entrada. Los guarismos del santuario de Massachusetts y de otros duelos ligueros se actualizan con la solemne liturgia que emana de otros ritos como el del reloj astronómico de Praga o el del Rathaus-Glockenspiel de Múnich. Porque el deporte también es cultura. Y la cultura es tradición.

Gracias al béisbol y a George A. Baird, los primeros contadores que grababan automáticamente datos salieron a la luz en 1908. Unos aparatos electrónicos que amenazaban la figura del scorekeeper o tanteador, que provisto de una humilde escalera de madera ascendía a los cielos para refrescar la información deportiva.

Fue en los Juegos de Montreal de 1976 cuando una niña de apenas 14 años y 30 kilos puso en solfa a la tecnología. Una jovencísima Nadia Comaneci se subió a las barras asimétricas para demostrarle al mundo que la perfección era alcanzable con la inefable fuerza de sus brazos. Al acabar su rutina, el marcador del Fórum se iluminaba con dos números: su dorsal, 73, y su puntuación, una cicatera unidad.

nadia-comaneci

Ante el asombro coral, la megafonía aclaró que se trataba de un 10, el primero de la historia de la gimnasia. Omega no estaba preparada para la perfección. Entendía que la mayor nota posible era un 9.95 por lo que había fabricado un tablero de tan solo tres cifras.

Nadia consiguió en Suiza otros seis dieces y un total de cinco medallas olímpicas a las que sumaría otras cuatro en Moscú. Nueve años después y junto a cinco desconocidos, cruzaba un bosque entre frío y tinieblas para huir del asfixiante régimen comunista de Ceausescu y comenzar una nueva vida en Estados Unidos.

El reloj de Cantoral es tan errático como los complejos marcadores deportivos que por muchos millones de LEDs que integren jamás podrán hablarnos de las historias humanas encerradas detrás del álgebra.

Artículo publicado en El Correo Gallego

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