El 8 de mayo de 2011 el Panathinaikos ganaba su última Copa de Europa hasta la fecha. Lo hacía en el Palau Sant Jordi, sede del equipo del que había sido verdugo 15 años atrás, cuando sumaba su primer entorchado continental en París. Entre esas dos fechas el equipo de Atenas se anotaba otras cuatro coronas europeas todas ellas, rubricadas bajo el sello de Zeljko Obradovic. Uno de los mayores triángulos de amor bizarro del baloncesto europeo: el segundo equipo con más títulos, el entrenador más laureado y el trofeo codiciado por todos.
Pero lo que Zeljko y el Pana bordaron sobre el parqué fue velozmente tiznado por un nuevo líder justo el año en el que el profesor de Čačak abandonaba el banquillo heleno. Dimitris Giannakopoulos, magnate e hijo de quien cultivó los laureles del PAO, comenzó una cruzada en contra de la Euroliga al considerarse víctima de una persecución. Las bravuconadas sobre inmediatos abandonos de la principal competición europea se repiten como un eco desde la capital griega, pero quizás, el bueno de Dimitris no recuerda como su club empezó a construir su identidad de caballo ganador en el Palais Omnisports de Paris-Bercy.
El tapón de Vrankovic a Montero ocultó muchas realidades. Privó al base catalán de una canasta ganadora que lo encumbrase como lo que realmente es, el segundo jugador de la historia del baloncesto español en ser drafteado por la NBA. Dejó en un segundo plano la burda manipulación del reloj de la mesa que se congelaba para ampliar las posesiones verdes y corría como una centella para agotar las blaugranas. Escondió también un nepotismo flagrante ya no de los colegiados Virovnik y Dorizon que reconocieron antes de medianoche que debían haber sumado los dos puntos del lanzamiento de Montero al haber tocado ostensiblemente la pelota en el cristal, sino de toda la Federación Internacional de Baloncesto que con nocturnidad, alevosía y a través de un fax ratificaba como campeón al Panathinaikos a las 4 de la madrugada del 12 de abril.
Pero lo más sangrante es que escondió las virguerías del único jugador negro que pisó la cancha. Un hombre de leyenda nacido en la ciudad en la que fue designado jugador más valioso con 35 puntos en la semifinal y 16 en la final. La historia reciente del Panathinaikos no se entendería sin The Human Highlight Film, o lo que es lo mismo, el mejor matador de la historia del baloncesto, Dominique Wilikins. Su premio fue que la mejor liga del mundo lo dejase fuera de la lista de los 50 mejores jugadores de la historia. Precisamente en 1996.