El muro, la niebla y la estrella

Tiempo ha que cualquier actividad bélica se suspendía para que los deportistas pudieran desplazarse a Olimpia y competir por la corona de laurel. Hoy, el mejor embajador de nuestro fútbol, el Clásico, ha sido anulado mientras constitucionalistas y secesionistas juegan a ser Juana de Arco en las ramblas barcelonesas. En los 2.795 años que van desde el prendido de la antorcha, hemos conseguido que sean los espectáculos deportivos los que cesen para que adoquines y pelotas de goma sigan volando de un lado a otro de los bandos.

Dentro de dos días se cumplirán 30 años del fin de uno de esos sinsentidos que dividió al mundo. En Berlín lo hizo en cuatro cachos y dos filosofías: la soviética y la americana, este y oeste, oriente y occidente, comunismo y capitalismo. La caída del muro de la vergüenza permitió a los federados abrazar a sus iguales de la RDA y derrumbar muchas de las barreras levantadas injustamente en un juego bélico de antagonismos.

Lo que (casi) nadie recuerda es que justo un año antes, el 9 de noviembre de 1988, estuvo a punto de ser demolido otro muro de magno brío levantado por un risueño italiano, Arrigo Sacchi. El entrenador de Fusignano lideró una de las más brillantes etapas de la Associazione Calcio Milan alzando al cielo lombardo seis trofeos internacionales en cuatro temporadas. En el primero de ellos, la Copa de Europa de la temporada 88/89, se enfrentó en octavos al Estrella Roja de Belgrado, campeón continental dos años más tarde. Tras arrancar de San Siro un valioso empate, los Savicevic, Stojanovic, Stojkovic y Prosinecki recibían a i rossoneri, presididos por Silvio Berlusconi, en Marakana.

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En el duelo balompédico entre las dos doctrinas venció occidente a lomos de la caprichosa fortuna. El partido entraba en su último tercio, con un 1-0 en el marcador y dos hombres más para los de la República Federativa Socialista de Yugoslavia, tras las expulsiones de Virdis y Ancelotti. Cuando tan solo restaban 35 minutos para la victoria balcánica y con los de Baresi noqueados, el trencilla, Dieter Pauly, de la RFA para mayor inri, decidió suspender el choque debido a la espesa niebla. El partido se jugó a las 3 de la tarde del día siguiente, desde el primer minuto, 35.000 enfervorizados belgradenses menos en la grada e ignorando todo lo ocurrido la noche anterior. El Milan se rehizo, logró empatar a unos, se impuso en la tanda de penaltis y pudo continuar escribiendo su epopeya.

Si se reprime el curso natural de las cosas, todo cambia.

Artículo publicado en el Correo Gallego

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