Afraid to be free

No me gusta Lebron James. Y me inquieta la idea de que algunos quieran sentarle en un trono reservado desde otro milenio para Michael Jordan. Supongo que en el baloncesto ocurre lo mismo que en el fútbol, donde Cristiano es esfuerzo y Messi talento. Y todos sabemos que lo innato siempre es más puro y auténtico que lo adquirido. Aunque en este caso tampoco me guste Messi.

En el cierre de campaña de Donald Trump, el presidente atacaba a la NBA por una supuesta insurrección nacional que con la que justificaba una bajada del 71% en las audiencias de las Finales. El público republicano, enardecido, coreaba aquello de “Lebron James sucks”, que no me gusta, aunque tampoco me guste Lebron. Lo hacían en un estado -Pensilvania- del que, junto a Georgia, Carolina del Norte, Michigan y Wisconsin -muchos de ellos swing states-, pendía hace dos martes el ganador de los comicios yanquis. Todos ellos contaban con victoria momentánea de Trump. En todos ellos menos en Carolina del Norte ganó finalmente Biden. Algo está cambiando.


Las elecciones americanas no son demócratas contra republicanos. Son una operación de marketing liderada por Trump en la que siempre que hay confrontación, gana. Negros contra blancos. Urbanitas contra campesinos. Los que tienen estudios superiores contra los que carecen de formación universitaria. La clase media-baja contra la clase media-alta. Cemento contra cereal. Industira contra servicios. Negacionistas contra científicos. Derek Chauvin contra George Floyd. Y deporte contra deporte.


Si las elecciones norteamericanas fuesen un espectáculo deportivo en un lado del campo estarían Weston MacKennie, Colin Kaepernick, Stephen Curry o Charles Barkley, liderados por Lebron James y en el otro formarían John Daly, Curt Schilling, Dana White o Bill Bellchick, capitaneados por Tom Brady. Y eso no me gusta.

Tras la victoria de Trump en 2016, el entrenador y exjugador de baloncesto, Doc Rivers decía que “nos queda todavía mucho camino que recorrer en torno a los derechos de igualdad para todos los ciudadanos y no pienso que su elección sea la mejor, pero tenemos que darle la oportunidad de que pueda gobernar durante los próximos cuatro años y haga grandes cosas”. Trump llevó la economía doméstica a cifras récord, pero de igualdad, nada de nada. Y eso tampoco me gusta.


Alexis de Tocqueville me gusta. El pensador francés construyó en 1835 uno de los mayores compendios de la historia democrática americana, válido todavía hoy. En su estudio, Tocqueville recuerda los peligros con que la igualdad de condiciones amenaza a los hombres hasta el punto en que “la libertad se les escapa de las manos mientras fijan su vista en otra parte”.

Por ello Trump divide a la sociedad en lo que parecería una paradoja. Mientras la sociedad pierde fuerza en volver a unirse, él aprovecha el caos porque “en las democracias, donde los ciudadanos no difieren mucho los unos de los otros (…) se forman clasificaciones artificiales y arbitrarias, con cuyo auxilio cada uno procura evitar el ser confundido entre la multitud”.
Las revoluciones son necesarias porque son la única forma de igualar las condiciones, pero el peligro es que, como establece Tocqueville, “es más fácil establecer un gobierno absoluto y despótico en un pueblo donde las condiciones son iguales”.

Por eso, dice, “no hay país donde las revoluciones sean más peligrosas que en las democracias; pues, independientemente de los males accidentales y pasajeros que no deja nunca de hacer toda revolución, crean siempre males permanentes y, por decirlo así, eternos”.


La lucha correcta del pueblo, según Tocqueville, debe emprenderse por la libertad y no por la igualdad. En el primer caso se impedirá que se establezca el despotismo, en el segundo caso, se atraerá.La revista alemana Der Spiegel, anunciaba hace escasos meses que la clase media estadounidense se estaba extinguiendo, acercando el pobre al rico y generando nuevas razones para odiarse. Así, los que están abajo tenderán más hacia la revolución y la mayoría de los ciudadanos que “no ve claramente lo que puede ganar en una revolución, y sabe muy bien lo que puede perder”, no les frenarán. Y aquí es donde el deporte norteamericano también debe posicionarse.

Los términos inglesas freedom (libertad) y afraid (miedo) provienen de palabras con la misma raíz indoeuropea. Y no resulta extraño.


Tocqueville remata su ejemplar de hace 185 años argumentando que depende de las naciones “que la igualdad las conduzca a la servidumbre o a la libertad, a las luces o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria”

Y en esto sigue hoy Estados Unidos. Dentro de sus vastos límites, el pueblo yanqui, ha decidido hacer “un pronto y enérgico esfuerzo para corregir el curso de su destino”. Veremos hacia dónde le conduce.

Artículo publicado en El Diario de Pontevedra

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