Vida y obra de Felipe Perrone

La teoría de los seis grados desvela que estoy conectado con Felipe Perrone a través de una cadena de tan solo cinco conocidos. La suerte que tenemos los que jugamos al waterpolo en Ourense es que esa secuencia se reduce a una sola unidad, gracias a Alfonso-Duarte, una especie de médium con la ardora más resplandeciente del waterpolo.

En 2004 Fon jugó la final de una Supercopa de Europa. Lo hizo con un súper equipo en el que no desentonaba entre tanto mito: Guillermo Molina, Iván Pérez, Xavi García o los brasileños Kiko y Felipe Perrone. Los hermanos cariocas heredaron la genética de un padre que clasificó a su país para Múnich 1972 y la cultivaron viendo por televisión las gestas de nuestra primera generación dorada, campeona olímpica en Atlanta. Soñaban con meter los goles de Estiarte o pegarse en la boya como Chiqui Sans. Primero lo intentaron con Brasil. El mayor, Kiko, ya se bregó en Perth 1998, pero el primer mundial de Felipe, fue en Fukuoka 2001. El destino llamaba a su puerta como un tifón. España fue campeona en ambos torneos y Brasil quedó en último lugar. Los dos hermanos, hechizados, querían el gorro rojigualda.

En el preludio de este siglo llegaron a Barcelona para conseguir la nacionalidad del país del que sus abuelos tuvieron que emigrar. Pronto se convirtieron en piezas clave de la selección, pero fue Felipe, el pequeño, quien extendió su proeza hasta el infinito. En 24 años de servicio disputó trece mundiales, ocho europeos y cinco Juegos. Sumó el disparate de 16 medallas con España, de la que tan solo se alejó por una misión honorable con su Brasil natal a la que llevó a su cénit, un diploma, en Río 2016. Además, dentro de su interminable museo hay tres Champions con tres equipos de los países que más honran el waterpolo: en España con el Barceloneta, en Croacia con el Jug Dubrovnik y en Italia con el Pro Recco. En esta antología los reconocimientos individuales también son concluyentes. Fue el MVP del mundial de Budapest y mejor jugador del mundo en 2022 por la FINA y, en 2018, por Total Waterpolo.

SINGAPORE, SINGAPORE – JULY 24: Felipe Perrone Rocha of Team Spain celebrates with team mates after winning the Men’s Water Polo Gold Medal match between Spain and Hungary on day 14 of the Singapore 2025 World Aquatics Championships at OCBC Aquatic Centre on July 24, 2025 in Singapore. (Photo by Adam Pretty/Getty Images)

Perrone destaca de su carrera los mismos valores que le atribuye a España: “equipo, esfuerzo, entrega y pasión”. En el mundial de su despedida lo puso todo en juego. En la agónica semifinal asumió el teórico último disparo que encontró la madera y cuando el equipo naufragaba en desolación, creyó. Con la misma mirada que los labradores dedican a los palos de sus dueños, persiguió la pelota mientras los griegos agotaban la posesión sin saber que al genio le quedaba el deseo más fervoroso. Recuperó el balón a falta de cuatro segundos y se lo pasó a Munárriz, artífice de un milagro que la fe de Perrone había diseñado antes.

El último gol del campeonato no podía llevar otra firma que la suya. Lo hizo ante el muro magiar que tantas veces le privó de la gloria como el bronce de Tokio. No, Perrone no tiene un metal olímpico, pero su vida y obra son reflejo del olimpismo más noble convertido en patrimonio. Los Granados, Sanahuja o Larumbe y también las Crespí, Terré o Leitón recogen hoy su legado incandescente que ilumina a todos los niños que sueñan, como en su día soñaron los Perrone, llegar tan lejos como los ídolos que ven por televisión.

Fon dice que Felipe ha sido y será el mejor jugador del mundo y yo, que creía que se apellidaba Filipovic, le he acabado dando la razón.

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La bendita Eurocopa de Suiza

No había otra forma de que España no se llevase su primera Eurocopa que en una agónica e injusta tanda de penaltis. La selección española es física, táctica y futbolísticamente mejor que cualquier otro conjunto europeo, y probablemente del mundo. Podemos abrir fútiles debates sobre qué hacía Alexia en el banquillo tan pronto, por qué Pina no jugó de inicio o cuál debe ser la posición de Salma, pero ninguna debe ser la reflexión principal.

Las futbolistas españolas han escrito un guión a oscuras. Han descubierto una senda desconocida hacia el éxito desbrozando toda la maleza que les impedía caminar. La España de Quereda, un entrenador déspota que dispensaba trato vejatorio, tan solo se clasificó a tres grandes campeonatos durante un desierto de 30 años, perdiéndose las indispensables experiencias de siete Juegos Olímpicos, seis Mundiales y seis Europeos. Solo en estos dos últimos años, primero con Jorge Vilda y después, con Montse Tomé, ganaron el Mundial de Australia, la Liga de Naciones, alcanzaron las semifinales de sus primeros Juegos y acaban de jugar su primera final europea. El fútbol español femenino, que ha obrado un milagro casi espontáneo por su rebosante calidad, multiplica los panes y los peces con un mínimo de atención. Pero esto no es lo más importante.

THUN (SUIZA), 07/07/2025.- La centrocampista española Alexia Putellas (c) celebra junto a sus compañeras tras marcar el 6-2 durante el partido de la segunda jornada de la fase de grupos de la Eurocopa 2025 entre la selección de España y la selección de Bélgica, este lunes en el Stockhorn Arena en Thun, Suiza. EFE/ Ana Escobar

Desde 2007, las licencias se han cuadruplicado hasta las 110.000. España ha sido líder de audiencia -casi 5 millones- durante un campeonato que en su fase de grupos ya concentró a más espectadores que el flamante mundial de clubs masculino. Los fichajes ascienden a millones de euros. Los estadios -en Basilea no cabía una alfiler- cuelgan el cartel de no hay entradas. Y niños y niñas cambian los cromos de sus jugadoras en el colegio debatiendo si Caldentey o Guijarro deben ser la próxima balón de oro.

Que las últimas cuatro ganadoras hayan sido españolas no es casualidad. Es el efecto de unos gritos ensordecedores que no cesaron hasta que les hicieron caso. No es una cuestión de género. Es una cuestión de apoyo.

La bendita Eurocopa de Suiza, que también nos ha mostrado que una mujer como Sarina puede ser la mejor DT del mundo, se recordará siempre, como el día en que el fútbol femenino, definitivamente, derribó casi todos sus muros.

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Amelia Earhart: un océano de sueños

No sé cuáles son los sueños de Marc. Ni dónde residen las fantasías de un niño de 8 años. Pero un vestido de tirantes, una tiara y una tarta de Lilo & Stich me parecen la forma más tierna de alcanzarlos. Los desalmados vierten su amargura en las redes del ex futbolista Pedro Rodríguez comprometen el futuro de su hijo porque no hay nada más vil que robarle la ilusión a un crío, tanto se quiera disfrazar de princesa como de Hidra de Lerna.

Es posible que todos esos sueños vivan en el cielo. La historia de la aeronáutica es balsámica porque las hazañas de quienes han intentado conquistar las alturas, minimizan la distancia a la que creemos nuestras quimeras. Abbás Ibn Firnás realizó el primer vuelo con unas alas de madera. Da Vinci ideó el ornitópero. Los hermanos Montgolfier patentaron el globo. Los Wright realizaron el primer vuelo de una aeronave. Y Charles Lindbergh cruzó el Atlántico sin escalas.

En los tiempos de Lindy, el nombre de una mujer irrumpía con fuerza huracanada en el mundo de la aviación. Amelia Mary Earhart conoció al amor de su vida trabajando como enfermera en la Primera Guerra Mundial. Vestía fuselaje, lucía un buen par de alas y su rostro coronaba con una hermosa hélice.

En 1923 consiguió la licencia de piloto, en 1927 se unió a la Asociación Aeronáutica Nacional y en 1928 le propusieron ser la primera en sobrevolar el Atlántico. Lo consiguió en 1932 y, dos años más tarde, también cruzó el Pacífico. En cada destino la vitoreaban miles de personas y el presidente Roosevelt la encomiaba. Su siguiente reto era insólito: una travesía de 47.000 kilómetros alrededor del mundo.

El 1 de junio de 1937, Amelia afrontaba el último tramo de su odisea, después de sufrir accidentes e incluso disentería. Debía hacer escala en la isla de Howland, un minúsculo istmo de 2 kilómetros a medio camino de Hawái. Las nubes dispersas hicieron imposible divisar el buque que la acompañaba en el periplo. El barco recibía los mensajes del Electra, pero no podía comunicarse con ella. Sus últimas palabras reflejan la agonía. “Estamos en posición 157337. No podemos verlos. El combustible se agota”.

El pueblo norteamericano no escatimó en un rescate de 4 millones de dólares y 250.000 millas peinadas. Hoy la búsqueda continúa, en manos del descubridor el Titanic, y mil y una teorías que rozan la paranoia.

En 2010 el reloj de Amelia Earhart fue llevado a la Estación Espacial por Shannon Walker. También tiene un planeta menor y un cráter lunar con su nombre. No hay duda de que Amelia llegó mucho más lejos de lo que se podría imaginar. En la culminación de sus metas descubrimos a unos padres entregados que alimentaron sus sueños a contracorriente de las normas. Desde muy pequeña, Amelia saltaba cercas, jugaba a baloncesto, se deslizaba en trineo y construía montañas rusas en el jardín. Su madre la vestía con pantalones y su padre le regaló un rifle con el que disparaba a las ratas del granero.

Cuando nos hacemos viejos, ser cómplices de los sueños de nuestros hijos será nuestra mayor contribución a la grandeza. Dinamitarlos, nos coloca en la parte abyecta de la historia. La educación es la mejor arma para acompañarlos. Como Dédalo aconsejó a Ícaro: “ni demasiado alto, ni demasiado bajo”, entre el cielo y las aguas en las que Amelia nos hizo creer que todo es posible.

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La Revolución nació en una pista de tenis

Hace unos mil años que la pomposa París, capital de las luces, desarrolló un deporte en que los jugadores golpeaban una pelota con la palma de la mano para devolverla por encima de una red. El invento fue llamado ‘Juego de palma’ y se originó en monasterios y castillos, engatusando a frailes y príncipes. Puede que esta genealogía ligase al tenis a los más altos estamentos mediante un cliché irremediable, pero desde muy pronto también contagió al pueblo. Las autoridades tuvieron que limitarlo ya que la locura desatada hacía que los ciudadanos faltasen a sus obligaciones para poder jugarlo a todas horas.

El tenis es del pueblo. Y así se lo ha hecho saber a través de una alianza que dilapida el despotismo. Al tenis, ese deporte que muchos vinculan con la riqueza, la aristocracia y la élite de los clubs privados, no le gustan los tiranos y ha dejado muestras de su poder regicida a lo largo de la historia. Luis X perdió la vida en 1316 tras beber vino muy frío para avituallarse en un juego de palma; Carlos VIII se golpeó con un dintel de piedra cuando se dirigía a un partido en 1498, muriendo en la pista poco después; y el delfín Francisco de Valois corrió la misma suerte en 1536, estirando la pata por beber agua fría en medio de un encuentro.

Pero existe un momento histórico, y poco reconocido, en el que el tenis socorrió al pueblo de su situación más frágil, prendiendo la mecha de una Revolución Francesa que iluminó a toda Europa mostrándole el camino para levantarse contra los abusos del Antiguo Régimen y dinamitar el feudalismo.

La revolución nace del hartazgo del pueblo ante los privilegios de la nobleza y el clero. El 17 de junio, el Tercer Estado se autoproclama Asamblea Nacional para exigir cambios al rey y el 20 de junio, los 577 representantes políticos de campesinos, artesanos, comerciantes, plebeyos y mendigos se plantan en Versalles para jurar su compromiso. Conocedor de sus intenciones, el monarca dio órdenes de no ceder al populacho el Hôtel des Menus Plaisirs, donde se celebraban habitualmente las asambleas, aludiendo unas reparaciones inexistentes. Esto no frenó a los diputados que decidieron reunirse en una sala contigua.

La sala que salvó el contrato inaugural de la revolución fue la Pista Real de Tenis de Versalles, o lo que es lo mismo, la Sala del Juego de Pelota que se construyó en 1686 para satisfacer las necesidades deportivas de la corte. No deja de ser poético que en un recinto deportivo en el que solo gana quien más sudor derrama, se fraguase la célebre fórmula de un pueblo que juró “no separarse jamás y reunirse siempre que las circunstancias lo exijan hasta que la constitución sea aprobada y consolidada sobre unas bases sólidas”. Este vínculo inquebrantable pasó a la historia como el ‘Juramento del Juego de la Pelota’ en el que dormía la abolición del absolutismo, el advenimiento de la República y la victoria del pueblo, escenificados de modo grotesco con las subidas al cadalso de Luis XVI y María Antonieta.

El 14 de julio se cumplieron 236 años de la Toma de la Bastilla, pero la fiesta nacional de los galos, no siendo yo ningún francófilo, celebra lo que toda persona debiera querer para la gestión de su tierra: “libertad, igualdad y fraternidad”.

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Témpano y lava

En el año 2008 un niño prodigio se proclamaba campeón italiano de slalom. Jannik Sinner vino al mundo a los pies de unos Dolomitas que claudicaron ante el dominio de todos sus descensos. Algo cambió al poco, cuando el taheño, más maduro, viró hacia el tenis. “En el esquí si cometes un error todo se acaba. En el tenis todavía puedes cometer algunos errores y ganar, por eso lo elegí”. Hasta 40 no forzados le permitió Alcaraz antes de cederle el trono más vetusto e insigne del tenis. Con su primer Wimbledon, Sinner suma su cuarto Grand Slams. Todos echan cuentas con Carlos y la historia, pero también hay que sacar la calculadora con un transalpino que no se equivocó escogiendo deporte.

La gélida nieve de San Cándido que segaba con sus esquís es la que atempera su pulso cuando, con tres bolas de partido, los fantasmas asoman. Carlos es un astro que abrasa, que alumbra tanto que desintegra todo lo que se le acerca. En el Bois de Boulogne, su interminable surtido de fogonazos obró un milagro insólito, pero ayer se consumó la lógica. Sinner se hizo enorme y mostró la cara visible de su cuerpo celeste, la de extraordinaria fiabilidad para mandar a dormir a ese meteoro con un eclipse que eleva su frialdad ante el usual incendio de Alcaraz. Un fuego que el murciano ha de procurar regular con frecuencia para no ser pasto de sus propias llamas.

Wimbledon (United Kingdom), 13/07/2025.- Carlos Alcaraz of Spain (L) poses prior the Men’s Singles final match with Jannik Sinner of Italy at the Wimbledon Championships, Wimbledon, Britain, 13 July 2025. (Tenis, Italia, Espana, Reino Unido) EFE/EPA/

Es una dualidad que añoramos desde la gracilidad de Federer y el ahínco de Nadal. En el mismo año que Sinner domaba los Alpes, Roger y Rafa jugaban el partido del siglo en la misma pista en la que acaba de ser coronado ante Carlos. Unas semanas antes, también se batían en la final de Roland Garros. Son los últimos que han repetido final en París y Londres -lo hicieron en 2006, 2007 y 2008 firmando un trienio histórico-. Antes, solo lo habían conseguido Lacoste y Borotra, Fred Perry y Von Cramm, así como Drobny y Sedgman. En mujeres, las últimas fueron las hermanas Williams. Dos veinteañeros se suman a la fiesta de las leyendas.

El firmamento del tenis mundial, definitivamente ha cambiado. Las estrellas que acostumbraban orbitar alrededor de los cetros se apagan. Mientras, Carlos y Jannik, sol y luna, empiezan a brillan con porfía. Y con todo el futuro.

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Zverev, ve a terapia y lleva a tu hermano

El tenis es un deporte psicológicamente abrasivo. La soledad asfixia, la red se levanta como el Himalaya y la duración es una incógnita que puede sobrepasar fácilmente las cuatro horas. Una vez controlado esto, hay que ser mejor que el de enfrente y hacerlo día tras día en un exigente calendario de 60 torneos que comienza en enero y acaba en diciembre. Es, además, un sistema despiadado que no acepta resbalones. Si no se repite el mismo resultado que el año anterior, un torrente de puntos se irá por el fregadero, provocando un despeño en el ranking.

Es un reflejo de la sociedad. Vivimos en la era de la competitividad. Pero no bien entendida, sino voraz y sanguinaria. Una época en la que no se reconoce al amigo; de la tiranía de los ombligos; en la que el orgullo merienda empatía; y en la que la única responsabilidad es la que se tiene con la producción propia. Porque todo se mide y todo se cuenta. En ceros en el banco y en seguidores en instagram, aunque sean una mentira, porque lo único que importa es la facha. La calidad es para los viejos, Terito; la cantidad zafia es el futuro.

Esa neurosis del éxito nos emponzoña a todos. Una necesidad compulsiva de demostrar lo buenos que somos, generando una absoluta insatisfacción que nos impide disfrutar de lo alcanzado en el camino. Alexander Zverev tiene un oro olímpico, una Copa de Maestros y ha sido número 2 del mundo, pero ha perdido tres finales de Grand Slam, dos de ellas cuando estaba a un paso de lograrlo y, desde hace unos años, parece que en el tenis no eres nadie si no tienes un par de grandes, algo realmente descabellado.

Todo eso es lo que pesará sobre su cabeza cuando, tras perder contra el número 72 del mundo en la primera ronda de Wimbledon suelta una bomba: “Me siento vacío y muy solo en la vida, tengo problemas a nivel mental. Por primera vez en mi vida, quizás necesite terapia”.

Lo que no entiendo, lo que no consigo comprender, es que un tenista con un patrimonio de 43 millones de dólares en premios, que aspira ganar los trofeos más importantes del mundo a los mejores del planeta, que salta a pista ante una turbamulta, que se expone a los medios y a la sociedad, que tiene el hándicap de ser diabético y que ha vivido un caso de violencia de género, renuncie a la salud mental hasta que se queda sin aire.

El tremendo disparate de su hermano Mischa -“peor lo pasan los niños en África”- nos da una pista del desorden de la familia Zverev. Evidentemente las circunstancias de los países más desfavorecidos son deleznables y urge cambiarlas, pero muchas veces, son ellos mismos quienes nos enseñan que lo material no tiene nada que ver con lo espiritual y que todo sufrimiento es autoinfligido por nuestra forma de pensar. La importancia de la salud mental no se rige por el mapamundi ni es proporcional a los recursos de cada zona. Todos necesitamos ayuda. Aquí y en la Conchinchina. Con puntos ATP o sin ellos.

El pasado marzo, el tenista argentino Fede Gómez, con 26 años y a punto de entrar en el Top 100, aseguraba haber querido dejar el tenis y tener pensamientos suicidas, “de no querer vivir más”, justo en el mejor momento de su carrera.

Los niños de África no escogieron la pobreza, nosotros tampoco la falta de espíritu y esta presión que nos devora.

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Pica en Flandes

Hubo un tiempo en que Flandes era inexpugnable. Su posición en el centro de Europa, cercada por otras potencias, convertían en un trabajo ímprobo enviar soldados para defender las posesiones. Así, ‘poner una pica en Flandes’ quedó en la cultura popular como una expresión para referirse a aquellas empresas harto dificultosas que se acaban venciendo con denuedo y tenacidad.

Flandes, actual Bélgica, llegaba a la final del Eurobasket como la bestia negra de la selección española. Las últimas heridas de ‘La Familia’ fueron dos zarpazos de las flamencas en escenarios de órdago. Perdieron en la final del último Europeo y en los cuartos de los Juegos de París. Además, la plantilla española en este certamen se podía catalogar de bisoña. De la final de 2023 solo quedaban tres jugadoras en el parqué del Pabellón de la Paz y de la Amistad: Alba Torrens, Paula Ginzo y Raquel Carrera.

Estos factores colocaban a España fuera de la lucha de las medallas en cualquier quiniela que se preciase. En las semifinales contra Francia sumaban un pírrico 17% de probabilidades de victoria y arrancaban la final contra Bélgica con un hándicap de +8. Pero de algún modo espontáneo, alrededor del trío de veteranas -con Torrens y Carrera en el quinteto ideal y Ginzo, máxima anotadora- , brotó una coralidad de heroínas sobradas de calidad y arrojo para seguir construyendo el obelisco de triunfos en el que trabajaron tantas generaciones desde los tiempos de Valdemoro. La polivalencia de Aina Ayuso, el desparpajo de Awa Fam, la rapidez de Helena Pueyo, la energía de Elena Buenavida o el liderazgo de Mariona Ortiz hacen presagiar que España seguirá minando metal en una cuenca que nunca se agota.

España es, sin alardes, una de las mayores potencias del baloncesto. Sus doce medallas en el torneo continetal -once en este siglo- así lo atestiguan. Arrancarse la piel a jirones por un útlimo pase desgraciado sería ignorar la verdadera magnitud de lo logrado.

Que la muralla flamenca guarecida por titanes como Meesseman, Linskens o Allemand haya estado a punto de claudicar es el mejor síntoma de que la fórmula gallega de Martínez y Cantero funciona y que España tiene argumentos de sobra para seguir poniendo la pica en Flandes por muy empinado que sea el camino.

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Cuánta falta hace el orgullo

Este artículo es incómodo. También para mí el escribirlo. Pero quizás sea la única forma de extirpar las ideas que, a veces en forma de metástasis y otras de malignidad residual, nos llevan a catalogar a los demás por sus gustos, en lugar de hacerlo por su voluntad.

El deporte juega un papel crucial. Su foco lo convierte en una herramienta social plenipotenciaria. Pero es un ámbito cargado de estereotipos que las masas envalentonadas no dudarán en usar para asegurar que las mujeres no llegan al larguero o que los negros solo saben correr. No es culpa de ellos no ser los varones blancos que juzgan un mundo hecho a su medida. Y que por si alguien lo dudaba, también dicen ser heterosexuales.

Dennis González es el primer campeón mundial de la historia de natación sincronizada. También sufre acoso de las alimañas que creen que por practicar una disciplina artística es necesariamente homosexual y merece hate.

Tom Daley es campeón olímpico de saltos en plataforma. Hay cabestros que se echan las manos a la cabeza porque ha decidido dar una vida feliz a sus dos hijos con otro hombre.

Megan Rapinoe y Sue Bird han sido las mejores en fútbol y baloncesto, ganando mundiales y oros olímpicos. Una vergonzosa parte de la sociedad entiende mejor su relación porque asume que las marimachos que practican deporte llevan el pelo corto y son lesbianas.

Manuel Neuer es uno de los mejores porteros de la historia. No hay informaciones fiables de que sea gay, ni falta que hacen. Pero portar un brazalete LGTBI y salir en defensa del colectivo le ha convertido en diana de los bárbaros, más preocupados por su orientación sexual que por sus paradas.

Todas las manifestaciones del orgullo siguen siendo necesarias porque todavía no somos capaces de desembarazarnos de la dualidad que parte al mundo en dos. Una brecha en la que hombres y mujeres, solo pueden hacer cosas pautadas para su género en una prescripción social en la que también se indica con quién acostarse. De no hacerlo así, su identidad quedará desdibujada. Ya no serán patinadores, futbolistas o pilotos. Ya no serán campeones, líderes o referentes. Ya no serán ni siquiera hombres o mujeres. Serán otra cosa diferente, no canónica ni convencional por la que habrá que señalarlos hasta que cambien de opinión o, al menos, forzarlos a que vivan sus conductas desviadas de la pestilente norma heteropatriarcal dentro de un armario del que, realmente, no interesa que salgan. O sí, tan solo para que se den cuenta de cuánto mejor estaban dentro. Sin aire.

El primer futbolista profesional que se declaró homosexual, Justin Fashanu, acabó quitándose la vida en 1998 tras sufrir una campaña de persecución y difamación social. La futbolista internacional Eudy Simelane fue brutalmente violada y asesinada en 2008 para ‘corregir’ su lesbianismo. Esto no fue hace un siglo. Fue anteayer.

El orgullo que celebramos hoy es el mejor antídoto contra la homofobia, pero debe aplicarse a manguerazos y todos los días del año junto al peso de una ley inflexible que deje claro que el único delito es la intolerancia. Y cuando la sociedad sea capaz de cantar gol sin mirar la matrícula de quien lo hace, seguirá haciendo falta ese orgullo por todas las personas a las que no se lo dejaron lucir.

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¿Podría una mujer entrar en vuestro equipo, amigos?

Hace unos días el presidente de los Estados Unidos preguntaba a un equipo de fútbol masculino si una mujer podría entrar en su plantilla. La vomitiva pregunta no es más que otra patética intentona del establishment para mantener a las mujeres alejadas de un coto privado al que jamás han sido invitadas.

El deporte es, como diría Hans Bonde, un laboratorio de masculinidad en el que no tiene cabida nada que difiera del hombre. Aquí en España, la Sección Femenina arrinconó a las mujeres una reducto minúsculo “acorde a su naturaleza”. Les quedaron gimnasia, danza y natación, siempre y cuando tuvieran el trabajo doméstico bien gestionado. Y se convirtieron en las mejores en lo que les permitieron. En gimnasia rítmica acaban de proclamarse campeonas de Europa. En natación artística, campeonas de la Copa del Mundo. Ellas no tienen ningún problema en compartir su ínfimo espacio con los hombres. En la rítmica, España fue pionera en permitirles competir en equipos mixtos. En la natación artística, Dennis González es uno más del grupo.

Las mujeres se lo han peleado con la premeditación, nocturnidad y alevosía naturales de quienes son silenciadas. En un tiempo mucho menor del que dispusieron los varones, demostraron que pueden reinar en una estructura de 30 siglos hecha por y para los hombres, con estudios, reglas y estándares escritos y destinados a los hombres, arbitrados y dirigidos por hombres y para el disfrute y placer de los hombres.

Nino Salukvadze es quien posee más participaciones olímpicas y la única en hacerlo de forma consecutiva. Las tres medallistas de doma en París son mujeres, siendo la hípica el único deporte de los Juegos donde ambos sexos compiten entre sí. Nadie en la gimnasia artística tiene más medallas que Simone Biles que también ha patentado un salto exclusivo a un puñado de hombres. La primera en conseguir un 10 perfecto en unos Juegos fue Nadia Comaneci y la última Lavinia Milosovici. Ellen MacArthur completó la circunnavegación al mundo en solitario más rápida de la historia. Kelly Kulick ganó un torneo nacional americano de bolos, jugando contra hombres. Judit Polgar batió el récord de precocidad de Bobby Fischer como gran maestra de ajedrez a los 15 años. El mejor promedio de tiros libres de la historia del baloncesto es de Delle Donne con un 95%. La derecha más potente de todo el circuito mundial de tenis es de Aryna Sabalenka, como marcan los registros de velocidad del último US Open. Valentina Cafolla posee el récord mundial de apnea dinámica bajo hielo. Tara Dower es la persona más rápida en completar el Sendero de los Apalaches, con 3.500 kilómetros en 40 días. Sarah Thomas es la única que ha logrado cruzar a nado cuatro veces el Canal de la Mancha. Y algún asesor debería decirle a Trump que Manon Rhéaume jugó en un equipo masculino de la NHL.

Sería absurdo negar la influencia de la testosterona, pero lo justo es hacerlo en su correcta dimensión. Cordelia Fine dice que por encima de ella están otros cofactores como la identidad, el conocimiento, la experiencia, el contexto o incluso las presiones sociales para ajustarse a las expectativas.

Las mujeres ya han superado la biología y la cultura que les negaron. Y no tendrán ningún recato a la hora de acallar a todas las momias con tupé que intenten detenerlas. Trump ladra desde un sillón robado a una mujer en 2016 por medios ilegítimos. Y esa es la inquina que le hace tapiar todas las puertas que ya rechinan ante el peso de la evidencia, por muchos aranceles que les pongan.

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La piel Vetusta y la sangre Pantone 286

El PC Fútbol 7 incluía una carpeta con los mejores goles de la Liga 97/98 que veía una y otra vez cuando me dejaba arrobar por todo lo que fuese balompié. El Tito Pompei aparecía de los primeros, con un tanto de bandera que me sé de memoria. Pase bombeado de Onopko, control de pecho del argentino y zurdazo inapelable de 30 metros.

Dely Valdés, Abel Xabier, Iván Ania o Paulo Bento completaban un Oviedo que asustaba en el Tartiere. Sus predecesores ya escribían la semblanza azulona en letras capitales. Fueron los Bango, Carlos, Sañudo, Jerkan, Lacatus, Dubovsky, Jokanovic, Oli y, mucho antes, aquella Delantera Eléctrica comandada por un Lángara al que solo pudo frenar la Guerra Civil. Esteban, Losada, Paunovic o Boris fueron los últimos que vivieron la máxima categoría. Luis Aragonés les dedicó uno de sus mayores adagios -“Siempre que llueve, escampa”- en el último día del Oviedo en la élite, hace ya 24 interminables años.

Para conseguirlo era necesario un héroe diferente, nacido del barro de la desolación y la angustia de haber mirado a los ojos de la muerte. Santi Cazorla conoce los infiernos. Tres bacterias devoraron 8 centímetros de su tendón de Aquiles en una lesión aterradora. Vivió un tormento de 668 días y 11 operaciones sin saber si podría volver a caminar. En el milagro de su resurrección supo que era el elegido para desencallar el barco del Oviedo del inframundo, porque él ya conocía el camino. Regresó a casa 20 años después, como un corsario viejo que ya no se mueve por el dinero, con piel de su brazo en el tobillo y de su muslo en el brazo, con la cabeza atiborrada de canas y con un último abordaje pendiente. El río Estigia que no le confirió la inmortalidad a Aquiles en su talón, fue el que Cazorla cruzó con su ejército de mirmidones, asegurándose de que todos se bañaran en las aguas mágicas para permanecer en la eternidad de los que devolvieron al Oviedo al reino de los vivos.

Si la nigromancia hubiese examiando aquellos trozos reconstruidos del cuerpo de Cazorla, habría vaticinado el ascenso. El regreso del club carbayón adonde le corresponde estaba grabado en la piel Vetusta y la sangre Pantone 286 de un héroe irrepetible.

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