La capa de San Martiño

Los recuerdos que tengo del otoño me llevan una y otra vez a allí donde la calle del Paseo confluye con Bedoya. Supongo que en aquella maravillosa esquina donde comenzaban nuestras excursiones pedestres dominicales ocurría todo lo mágico que sucedía en Ourense, que es mucho, cuando comenzaban a caer las hojas.

Se trataba de un privilegiado deleite para los sentidos. Se afinaba el oído, con el incansable golpeo de baqueta de Andrés; se refinaba el gusto, con el singular sabor del chocolate de La Ibense; se estimulaba el olfato, con el chisporroteo de la castaña asada por la vendedora ambulante; se alegraba la vista, con una serpiente multicolor que se reflejaba en los charcos que el agua formaba en los adoquines, y se regalaba el tacto, con la mano curtida de papá asiendo con firmeza la mía.

El modo violento en que ese tren caleidoscópico golpeaba los cúmulos de agua de lluvia para deshacer su propio reflejo aún pervive en mi memoria, como perviven los gritos que jaleaban a los primeros atletas locales que perseguían lastimosamente a una incombustible locomotora negra. Lo que sobrevive con holgura en el imaginario colectivo de la ciudad, es el primer pistoletazo de salida, que se guarda bajo llave desde 1977 y que contó con poco más de dos centenares de participantes.

Quizás aquellos primeros valientes fueron los más importantes de una historia que ya cuenta con 44 ediciones y que ha crecido desde entonces, hasta juntar seis millares. Ellos fueron los primeros en celebrar la advocación de San Martín de Tours en Ourense con un itinerario que comenzaba en la emblemática e inclinada Plaza Mayor y que subía hasta San Francisco. Y es en ese nexo de unión entre los dos santos, donde reside la verdadera magnitud de la San Martiño.

Por todos es conocida la leyenda más reseñable de San Martiño. Entrando en Amiens encontró a un mendigo tiritando de frío a quien le dio la mitad de su capa tras partirla en dos con su espada. Es en esa noche en la que Jesús aparece en sus sueños y San Martín se convierte al catolicismo.

Casi un siglo después, venía al mundo el mayor exponente del ascetismo religioso. San Francisco de Asís predicó con una vida de pobreza y austeridad. El hecho de que regalase sus túnicas a los pobres posibilita que hoy se conserven tantas. La más famosa, la de la capilla de San Nicolás de la Basílica de San Francisco de Asís, una capa con hasta 31 parches, la mayoría de ellos remendados por Santa Clara.

No hay más secreto para una carrera popular que el calor de sus gentes. Un calor guarecido bajo las capas de San Francisco, de San Martiño y de toda una ciudad que comparte lo poco, que es mucho, que tiene.

Artículo publicado en El Correo Gallego

Morné du Plessis, “an excellent chap”

Una celda húmeda de 2,4 de alto por 2,1 de ancho con una esterilla de palma para dormir. Un castigo diario: picar piedra entre insultos y agresiones. Una visita y una carta cada seis meses. Esas eran las condiciones del reo 466/64 de Robben Island, un número perfectamente capicúa y terriblemente siniestro, que desvela que en aquel año, 1964, Nelson Mandela era el preso 466 del apartheid sudafricano.

Su objetivo fue luchar contra la segregación racial instaurada en 1948. Su sentencia, la cadena perpetua. En total fueron 27 años, muchos en condiciones deplorables. De vez en cuando, disfrutaban de alguna concesión como vestir pantalones cortos y jugar al fútbol, lo que les permitió “sentirse llenos de vida”.

Aquellas sensaciones lo llevaron a apostar por el deporte para la reconciliación de su país. Y lo hizo escogiendo a la selección de rugby, cuyos jugadores y aficionados eran eminentemente blancos y partidarios del apartheid. Los presos de Robben Island, eminentemente negros, animaban a todos los rivales de los Springboks.

El propio Mandela planificó en su celda boicots a las giras internacionales de la selección, que en aquellos años capitaneaba Morné du Plessis, con la mejor ratio de éxito de la historia: 13 victorias en 15 partidos.

Hijo de otro capitán de los Springboks y de la capitana del equipo de hockey, Morné nació hace ahora 72 años para ser un líder. Desde muy joven rechazó públicamente el apartheid, pero se lamenta de “no haber hecho alguna cosa que ayudase a mejorar la situación de los negros” en su condición de capitán.

Su purga llegó en 1995 cuando fue designado mánager de los Springboks, justo antes del Mundial que acogería Sudáfrica y para el que presionó para que Chester Williams, único jugador negro de la plantilla, fuese convocado.

Fue también Du Plessis quién llevó a los Springboks a la celda número 7 de Robben Island, la misma en la que Mandela los había boicoteado veinte años atrás. Allí, jugadores como James Small, encargado de frenar a Jonah Lomu, rompieron a llorar. La evolución de Small es la de todos los Springboks: de comprarse un arma por miedo a la venganza a aprenderse el himno negro Nkosi Sikelel. Todos comprendieron el precio de la unión. Días después eran campeones del mundo.

El mismo Du Plessis vetado por Mandela era ahora “an excellent chap”, como confiesa Carlin en su libro.

En aquella minúscula celda atiborrada de dolor, Du Plessis recogió el trabajo de Mandela contra la segregación para convertirlo en concordia. En aquella celda, los capitanes de la lucha contra el racismo y del deporte se abrazaron en torno al poema de William Ernest Henley: “No importa cuán estrecho sea el portal, cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma”.

Artículo publicado en El Correo Gallego

De Cervantes a Shakespeare, de Ramón y Cajal a Sandow

Un 14 de octubre, pero de 1925, fallecía en Londres Friedrich Wilhelm Müller. La razón de su muerte nunca se llegó a dilucidar pero la teoría más plausible es la de un aneurisma provocado por la sífilis. Su vida adúltera lo condenó a una tumba sin lápida. 77 años después un admirador colocaba una placa de mármol en la que se podía leer: “Eugen Sandow, el padre del culturismo”.

Con toda seguridad fue así. Tanto su enfermedad como su legado. Su físico envidiable, próximo al ideal griego, excitaba a numerosas mujeres que lo acompañaban entre bambalinas para tocar sus músculos, realzados con polvo blanco. Fue el protagonista de la primera película comercial de la época, de los Estudios Edison, y trabajó bajo la batuta de Florenz Ziegfeld, el productor teatral más famoso de la época.

Pero antes del estrellato, era un simple forzudo de un circo que recorría Europa. En su periplo conoció a Ludwig Durlacher Atila quien le enseñó ejercicios rudimentarios de definición. Juntos destronaron a Cyclops y Sampson, capaces de levantar “toneladas imperiales” y romper cadenas ajustadas al pecho.

De todo el aprendizaje de Sandow emanaron cinco libros con sus métodos. Además acuñó el término bodybuilding, entrenó a Jorge V y se lanzó a la actividad comercial con cursos, gimnasios, revistas, cigarros o el Cacao de fuerza y salud Sandow. Hoy su efigie da forma a la estatuílla de la mayor competición de culturismo profesional, Mr. Olympia.

Pero antes de Sandow, un Nobel de Medicina español ya moldeaba su cuerpo en la misma dirección. “Ancho de espaldas, con pectorales monstruosos, mi circunferencia torácica excedía de los 112 centímetros. Al andar mostraba esa inelegancia y contorneo rítmico característico de los forzudos o Hércules de Feria”.

Así se definía Santiago Ramón y Cajal a sus 18 años. Tras perder una contienda por una muchacha decidió asemejar su cuerpo al de forzudos como Sandow y lograr sus atributos irresistibles. Para ello acudió al gimnasio sin falta durante meses, a cambio de lecciones sobre fisiología muscular.

Y al igual que Sandow, también creó su método. Promulgaba la acción muscular repetida para obtener máximos resultados con mínimos recursos y diseñó máquinas diagnósticas y de musculación.

Puede que las vidas paralelas y simétricas de un inglés como William Shakespeare y de un español como Miguel de Cervantes en la literatura, también tengan su reflejo en el mundo del fitness, con Sandow y Ramón y Cajal.

Por ello, como en el Día del Libro, habría que buscar un nexo común en las vidas de estos dos pioneros para conmemorar el Día del Fisioculturismo, que actualmente se celebra el 30 de octubre en honor a Charles Atlas.

Quien no conoce a Dios, a cualquier santo le reza.

Artículo publicado en El Correo Gallego

El disco volador que vino en son de paz

Hace exactamente 70 años, Klaatu, un alienígena de forma humana según la cinta pionera Ultimatum a la Tierra, aterrizaba en Washington. Venía con un mensaje de paz ante el que la humanidad respondió con miedo y violencia. Klaatu barada nickto es el adagio cinematográfico más famoso de todos los ‘venimos en son de paz’ que han venido después. Esto es ficción.

Tan solo cuatro años antes del estreno de la película, otro alienígena, según la fotografía sacada por una mujer piloto de la USAF, aterrizaba de modo accidental en un rancho cerca de Roswell (Nuevo México). Lo hizo a bordo de un disco volador u OVNI. Esto, para los partidarios de la hipótesis extraterrestre, es el acontecimiento ufológico más importante de la historia moderna. Esto es realidad. Diez años antes del incidente de Roswell, Walter Frederik Morrison jugaba con su novia Lu Nay en las playas californianas. Lo hacían lanzando por el aire el plato sobre el que comían palomitas de maíz. Medio siglo antes, los universitarios de Yale hacían lo propio con la tapa de las latas en las que se vendían los pasteles de la Frisbie Pie Company, del panadero William Russell Frisbie. Morrison fue movilizado a la guerra donde, tras aprender unas nociones básicas de aeronáutica, perfeccionó aquel rudimentario plato de palomitas y lo rebautizó en 1948 -en plena fiebre por el caso Roswell- con el nombre de Flying Saucer (platillo volador).

Arrasó en todas las ferias locales y lo mejoró con el modelo Pluto Platter, llamando la atención de la compañía Wham-O, que adquirió sus derechos. La empresa lo promocionó en los campus universitarios con el nombre de Frisbee, en honor a aquel panadero que inventó con una tapa de pasteles y sin saberlo, el disco volador.

Hoy el frisbee es mucho más que eso. Y también un deporte. El Ultimate cuenta con cerca de 400.000 jugadores distribuidos en 5.000 equipos según el censo de 2019 de la World Flying Disc Federation. Dos equipos de siete jugadores compiten en un campo rectangular pasándose el disco con el objetivo de alcanzar las zonas de ensayo, situadas en los extremos, que es donde se anotan los tantos. El único juez del Ultimate es el conocido como Espíritu del Juego, ya que es un deporte autoarbitrado. Los jugadores son los que tienen la responsabilidad de juzgar de forma limpia e imparcial el desarrollo del juego y resolver objetivamente las disputas y faltas. Y es que el Espíritu del Juego es tan importante como el resultado. Al finalizar cada partido, se le entrega a cada capitán una hoja, en la cual se puntúan distintos aspectos del equipo contrario, y, el que mayor puntuación obtiene al final de la competición, obtiene el premio del Espíritu del Juego.

Y esa es quizá la mayor prueba de que los extraterrestres llegaron a Roswell en 1947. Porque su disco volador y su son de paz, han perdurado hasta hoy.

Artículo publicado en El Correo Gallego

Bravas, tranquilas y madres

A mi edad Fidel Castro ya era primer ministro, Marck Zuckerberg atesoraba más de 100.000 millones y Alejandro Magno era rey, hegemón y faraón de medio mundo. La evolución de la sociedad nos dice que se es viejo cada vez con más años y que, por tanto, se posponen todos los episodios vitales. El de dirigir a un país, el de entrar en la lista Forbes, el de dominar el planeta, pero también el de la emancipación, el de la formación familiar, el de la maternidad. El de colgarse una medalla olímpica. Todo sucede más tarde, aunque no haya que dejarlo para después.


Las historias de Maialen Chorraut y Teresa Portela son brillantes, paralelas y conciliadoras. Y le dan la razón al no postergamiento de la fecundidad. Ambas son piragüistas, una de bravas, la otra de tranquilas. Ambas son medallistas olímpicas, una de oro y plata, la otra de plata. Ambas tienen a su mayor apoyo en casa, una a Xabi Etaniz, la otra a David Mascato. Y ambas son madres, una de Ane, la otra de Naira.


“No sabía realmente si podría volver a competir y es algo que me producía incertidumbre, porque no quería renunciar a la maternidad ni al trabajo”. El triunfo de Teri en Tokio, ocho años después de ser madre, también es el de Maialen en Río, tres años después de dar a luz mediante una cesárea que complicó su recuperación. “Hicimos una apuesta por la maternidad y la hemos ganado. Ojalá esta medalla ayude a la sociedad”.


Las de Nino Salukvadze, de Oksana Chusovitina o de Óscar Shawn también ayudan a la sociedad e impulsan decisiones.


Salukvadze le dice al mundo que la maternidad es regalar oportunidades. Con 52 años es la mujer con más participaciones olímpicas, nueve, y ha competido bajo tres banderas. La tiradora georgiana decidió ser madre y no solo siguió compitiendo al más alto nivel, sino que su hijo Tsotne la acompañó en Río 2016, la primera vez que madre e hijo competían juntos en unos Juegos.


Chusovitina nos enseña que no solo los cuerpos jóvenes y elásticos pueden asombrar. Con 46, la gimnasta uzbeka participó en sus octavos Juegos, 21 años después de dar a luz. Su hijo es mayor que muchas de sus rivales y su principal motor. Tras ser diagnosticado con leucemia, Oksana decidió volver a competir para ganar dinero para su tratamiento. Y así hasta Tokio, donde se retiró ovacionada.


Y Óscar Shawn es el máximo exponente de que la edad es solo un número. Pero que ya lo era en 1912 cuando se convirtió en el campeón olímpico más longevo de la historia, con 64 años, o en 1920 cuando fue el mayor medallista, con 72, ambas en la especialidad de ciervo móvil. Óscar también decidió ser padre. Y en sus tres participaciones olímpicas estuvo acompañado por su hijo Alfred. Entre los dos suman diez medallas para Suecia.

Parece que es hora de empezar a hacer todo aquello para lo que creemos que ya es tarde.

Artículo publicado en El Correo Gallego

Lo diverso juega, lo diverso vive

EN EL MISMO Reich en el que un dictador afirmaba que las personas con discapacidades físicas y mentales eran inútiles, una amenaza para la pureza genética, que no merecían la vida y que ideó el programa T-4 o de eutanasia para perseguirlas y asesinarlas, nació un médico que opinaba todo lo contrario.

Casi una olimpiada después de que el barón de Coubertin pusiese en marcha en Atenas los primeros Juegos Olímpicos de la Era Moderna, nacía en la actual Polonia Ludwig Guttmann, su alter ego en el movimiento paralímpico.

Si bien la olimpiada es “el período de cuatro años comprendido entre dos celebraciones consecutivas de los Juegos”, los paralímpicos tuvieron que esperar 92 para celebrarse inmediatamente después de los olímpicos, en la misma ciudad y usando las mismas instalaciones, algo que ya no pudo testimoniar Guttmann, desaparecido por una trombosis coronaria en 1980. Pero el germen de los Juegos Paralímpicos reside precisamente en él. Como médico de origen judío tuvo que dejar de ejercer en hospitales arios y dirigir el Hospital Judío de Breslau. Las muertes de su padre en un campo de concentración y de su hermana en una cámara de gas no frenaron el ímpetu por defender a su pueblo y solo abandonó Alemania cuando fue juzgado por atender a 64 judíos que escapaban de la Gestapo en la Noche de los Cristales Rotos.

Consiguió refugiarse con su familia en Gran Bretaña y allí estudió la rehabilitación de soldados con heridas en la médula espinal cuya mortalidad era del 80%. El Gobierno británico creó el hospital de Stoke Mandeville y Guttmann aceptó ser su director con la condición de poder tratar a los pacientes a su manera, sin interferencias. Quería integrarlos como miembros útiles y respetados, mientras otros opinaban que no merecía la pena dedicar tantos recursos a personas con impedimentos tan grandes. Y para ello utilizó el deporte.

“Comenzamos con juegos simples como los dardos, billar o una especie de boliche y los pacientes reaccionaban físicamente y psicológicamente”. A estos juegos se le sumaron el polo, el baloncesto en silla de ruedas y el tiro con arco, que fue el único deporte competitivo en los Primeros Juegos de Stoke Mandeville, en 1948, de forma paralela a los Juegos de Londres, con 14 hombres y dos mujeres. En 1951 los Juegos ya incluían cuatro deportes y 126 participantes y en 1952 alcanzaron el rango de internacional con la participación de un hospital de los Países Bajos. Un año antes de la oficialidad de los primeros Juegos Paralímpicos en Roma, se contabilizaron 360 competidores de un total de 20 países.

Hoy compiten 4.400 deportistas de 160 países en las cerca de 140 categorías de 22 deportes en función de la discapacidad de cada uno. Supongo que tras 73 años de visibilidad, estamos más que preparados para la inclusión.

Porque quizás ante de lanzarnos al espacio exterior e irnos a poblar otros planetas, deberíamos desarrollar un coeficiente para convivir (y competir) todos juntos y en igualdad de condiciones en este.

Artículo publicado en El Correo Gallego

Mujer, deportista y afgana: el estatus de la muerte

1986. Nace en Kabul Robina Muqimyar. A sus diez años los talibanes toman el país. “No podías ir a la escuela, no podías jugar, no podías hacer nada”. La derrota talibán le permite comenzar el colegio, donde conoce el atletismo. Si lo hubiese practicado antes habría sido violada o asesinada. Consigue la mejor marca de una selección de 60 chicas afganas. Se entrena en el estadio Ghazi, donde el deporte había sido sustituido por ejecuciones públicas, amputaciones y lapidaciones. En 2004 se planta en la cuna del olimpismo, en la línea de salida de los 100 metros. Con pantalones largos, una camiseta que tapa sus hombros y un pañuelo que oculta su cabello consume unos 14 segundos. No pasa a la historia por ello, sino por ser la primera olímpica afgana. También participa en Pekín y termina sus estudios de Derecho para ser diputada en la cámara baja de su país. Con el regreso de los talibanes ya no podrá hacer deporte ni trabajar. Ni coger un taxi. Ni llevar zapatos. Ni reír.

Bildnummer: 03873181 Datum: 16.08.2008 Copyright: imago/Xinhua Robina Muqimyar (Afghanistan) – PUBLICATIONxNOTxINxCHN; Vdig, quer, Exot, Exoten, close Olympische Spiele Beijing 2008, Sommerspiele, Nationaltrikot, 100m Beijing Leichtathletik OS Sommer Damen Einzel Einzelbild Randmotiv Personen Image number 03873181 date 16 08 2008 Copyright imago Xinhua Robina Muqimyar Afghanistan PUBLICATIONxNOTxINxCHN Vdig horizontal Exotic Exotic Close Olympic Games Beijing 2008 Summer Games National jersey 100m Beijing Athletics OS Summer women Singles Single Rand motive Human Beings

1992. Nace en Kabul Nilofar Bayat. A sus dos años un misil se estrella en su casa y le cercena la pierna. La derrota talibán le permite estudiar Derecho, trabajar en el Comité Internacional de la Cruz Roja y capitanear la selección nacional de baloncesto en silla de ruedas con la que quiere llegar a Tokio para ser la primera paralímpica afgana. El no conseguir la clasificación no cambia la historia. Con el regreso de los talibanes, los afganos no competirán en los Juegos. “No puedo salir y sé que no estoy segura aquí. Los talibanes me matarán si me encuentran”. Nilofar ya no puede hacer deporte ni trabajar. Ni pintarse. Ni usar un baño público. Ni asomarse a un balcón.

De las treinta prohibiciones que la Sharía impone sobre la mujer, una atiende al deporte: no pueden practicarlo ni acceder a ningún centro deportivo.

La ley islámica bebe de cuatro fuentes. Las dos primeras son objetivas: el Corán y los hadices -que cuentan los dichos y hechos de Mahoma-. Las dos segundas, subjetivas: el Ijtihad -esfuerzo para redactar las leyes- y el ljma -consenso de la comunidad-. Por ello no hay una sola Sharía ni una sola interpretación. La que siguen los talibanes es la hanafí, la más popular en Afganistán y la más estricta. Pero, ¿qué dicen los textos sagrados?

El Corán defiende la práctica deportiva sin distinción de género por sus beneficios para cuerpo y espíritu. Los hadices también. El Sahih al-Bujari es una de las colecciones más confiables para los suníes. Una de sus historias es narrada por Aisha, la esposa más joven de Mahoma: “Corrí con el Profeta y le gané. Más tarde, cuando aumenté un poco de peso, corrimos de nuevo y él ganó. Entonces dijo: ahora ya estamos en un pie de igualdad”.

Mientras los hombres más ricos del planeta se suben a las butacas de aviones supersónicos para dar paseos espaciales, combatir por su orgullo y ganar la carrera de la ciencia, las mujeres (y hombres) más pobres del mismo planeta se suben al fuselaje de aviones militares para escapar del horror, combatir por su vida y ganar la carrera de la dignidad.

Ese es el único pie de igualdad que conoce este mundo.

Artículo publicado en El Correo Gallego

Todos los abrazos olímpicos

Todas las experiencias olímpicas cuentan la misma historia. La del olimpismo. Una filosofía que exalta cuerpo, voluntad y espíritu. Un estilo de vida basado en la alegría del esfuerzo, el buen ejemplo, la responsabilidad social y el respeto por la ética fundamental.


Por eso todos los abrazos olímpicos son el mismo.


El abrazo de Tamberi y Barshim para compartir el oro de altura ha dado la vuelta al mundo, pero no es nuevo. Es el mismo que el de Cooke y Gilbert, 113 años antes, para compartirlo en pértiga. El mismo con el que un atleta de la Alemania nazi explica a Owens cómo ganar su cuarto oro en Berlín. O el mismo con el que Rojas y Peleteiro celebran en el foso un récord mundial que parece de todos, porque en todos esos abrazos, el verdadero salto lo da la humanidad.


El abrazo de las gimnastas estadounidenses en torno a su líder para protegerla de los focos es el mismo que el de Redmond y su padre en Barcelona, intentando llegar a meta con la corva hecha añicos. Para recordarle al mundo que estar destrozado por dentro es tan imposibilitante como estarlo por fuera.


El abrazo de Hamblin y D´Agostino para terminar los 5.000 de Río es el mismo con el que los griegos empujan a Lima en la maratón, tras ser frenado por un sacerdote. Porque están por encima de banderas o religiones.


El abrazo de Cornelissen a su caballo es el mismo que el de Lemieux a los singapurenses en Seúl. La amazona abandona al notar que al equino le sube la fiebre mientras que el canadiense renuncia, gira su velero y salva a sus rivales de un naufragio. Porque también enseña prioridades.


El abrazo del equipo de refugiados a los perseguidos es el mismo que el de Turquía a Suleymanoglu. Que el de Estados Unidos a Comaneci. Que el de Polonia a Tsimanouskaya. El mismo que el del equipo unificado a las repúblicas soviéticas en el 92. El mismo que se dan las dos Coreas bajo la misma bandera en Pyeongchang.


Todos los abrazos olímpicos nos enseñan algo nuevo, que al mismo tiempo es lo mismo y todo.


Hay quien dice que no se trata de esto. Que el olimpismo son cuatro años de renuncias para demostrar quién llega más lejos, más alto y más fuerte.


Nos han enseñado que ser el primero es más importante que tender una mano. Y la deriva nos ha mostrado que no es lo correcto. La ambición desmedida de unos pocos ha creado un mundo de injusticias en el que unos algunos ganan y la mayoría sobreviven.


Coubertin selló el olimpismo con un abrazo con el káiser Guillermo. Y dijo que «lo más importante es participar, porque lo esencial en la vida no es lograr el éxito sino esforzarse por conseguirlo».

Nadie puede negarle el esfuerzo a quien dedica una vida a su sueño.


Nadie puede robarle el espíritu a quien abraza a su rival.

Artículo publicado en El Correo Gallego

Olimpia une, Olimpia sana

El Estadio Olímpico de Berlín es, junto al Campo Zeppelín, la mayor reliquia del nazismo que todavía se mantiene en pie. Su exterior se conserva tal y como fue ideado en 1934: su interminable paseo de llegada, la piedra oscura que evoca la gloria romana, las seis torres que representan los pueblos germánicos, la campana con el águila imperial y las estatuas de Arno Breker.

Todo al gusto de un Führer megalómano que no quería celebrar los Juegos del 36. Fue Goebbels quien lo convenció de que serían una perfecta campaña de propaganda. De las calles de la capital del Tercer Reich desaparecieron mendigos y gitanos, los letreros antisemitas se retiraron y todo el mundo era tratado con amabilidad. Incluso que Hitler se negara a saludar a Owens forma parte de la leyenda. Durante dos semanas, en la Alemania nazi no hubo ni cuchillos largos, ni cristales rotos. Pero todo obedeció a una pantomima. Los Juegos de Berlín fueron un trampantojo para ablandar las conciencias de los principales objetores: Washington, París y Londres. De Roosevelt, Blum y Chamberlain.

De nada sirvió el primer boicot olímpico pergeñado por Estados Unidos y media Europa. O la Olimpiada Popular alternativa que se iba a celebrar en Barcelona con atletas de 22 naciones, frustrada por el alzamiento un día antes de su inicio. Medio centenar de países coadyuvaron al régimen de Hitler con su participación. Su entrada triunfal en el estadio, con cien mil brazos en alto y un coro de 3.000 voces dirigido por Richard Strauss cantando: “Alemania por encima de todo en el mundo” fue un simulacro de lo que vino después. Hitler quemó libros en el 33 para dividir al mundo. Pero ese mismo fuego unió naciones tres años más tarde.

En el origen de los Juegos, una llama eterna y pura ardía delante de los templos para recordar que Prometeo entregó a los hombres el fuego, “base creadora de toda cultura y progreso técnico”. Carl Diem repensó el mito ideando el relevo de la antorcha desde Grecia hasta Berlín, simbolizando la unidad de las naciones bajo el aura del fuego original. El propio Coubertin, padre del olimpismo, identificó a Diem como “un amigo, un verdadero hombre olímpico”. Y es que Diem no fue solo el creador del recorrido de la llama olímpica, también fue uno de los más influyentes historiadores del deporte. Su vinculación al régimen sitúa su herencia en entredicho.

Sí. El Estadio Olímpico de Berlín sigue en pie. Es la forma que tienen los alemanes de sanar las heridas. Recordándolas. Ni las tiran abajo ni pretenden que no existieron. El tiempo y el propio deporte disipa los horrores. Con un mundial de fútbol y otro de atletismo. Con Zidane y con Bolt escribiendo nuevas páginas en el mismo lugar.

Es lo mismo que han hecho con el legado de Diem. Y que ha llegado hasta aquí, 85 años después, manteniendo viva la llama olímpica que une, la llama olímpica que sana.

Ojalá que lo que debería haber empezado hace un año vuelva a unir a todas las naciones. Y que los Juegos Olímpicos de Tokio limpien tantos malos recuerdos en la llama eterna y pura de su pebetero.

Artículo publicado en El Correo Gallego

Dinamarca o lo que queda del fútbol

La globalización es un conjunto de procesos que conducen a un mundo único y su vertiente cultural, según Malinowski, su mayor tentáculo. Las historias regionales claudican. El heterogéneo y plural mosaico de unidades independientes y aisladas se resquebraja. Los gustos se unifican. La cultura occidental se universaliza y todo el mundo comparte en sus historias ‘Todo de ti’ de Rauw Alejandro. Pero hubo un tiempo en que no era así.

Hay muchas similitudes entre esta Dinamarca y la que hace casi 30 años ganó una Eurocopa para la que ni siquiera se había clasificado. Hay un Schmeichel en el arco, una reedición de apellidos y ambas carecen de su estrella. Pero en realidad, son muchas las cosas que han cambiado desde la Eurocopa de Suecia, el último bastión romántico de un fútbol globalizado y peligrosamente contemporáneo.

La del 92 fue la última Eurocopa con ocho equipos, entre los que se encontraban algunos que empezaban a ser algo diferente a lo que siempre habían sido.

El 9 de noviembre de 1989 cae el muro de Berlín al ritmo de un himno: el de la novena sinfonía de Beethoven. Dos selecciones compactas -RFA y RDA- se unen en una superpotencia futbolística. Alemania Oriental entra en el bombo para Suecia, pero ratificada la unificación, su partido clasificatorio contra Bélgica es declarado amistoso y el último del bloque comunista. A la mayoría de jugadores no les interesa ir y se forma una convocatoria de apenas 14. El capitán Mathias Sammer marca los dos goles. Las dos Alemanias son historia y en la Euro 92 presentan por primera vez una candidatura conjunta.

SELECCIÓN DE ALEMANIA – Temporada 1991-92 – Kohler, Illgner, Effenberg, Buchwald, Helmer y Reuter; Riedle, Klinsmann, Hassler, Brehme y Sammer – DINAMARCA 2 (Jensen y Vilfort) ALEMANIA 0 – 26/06/1992 – Eurocopa de 1992, final – Götteborg, Suecia, estadio Ullevi – DINAMARCA, cuyos jugadores se encontraban de vacaciones y que fue invitada a última hora por la exclusiónde Yugoslavia, dio la gran sorpresa y ganó su 1ª Eurocopa de Naciones

Tres días después de conseguir el pase para la Euro 92, la Unión Soviética desaparece con todos sus organismos. De su cuerpo inerte florecen quince repúblicas. Se baraja la posibilidad de otorgar la clasificación a Italia, segunda de grupo, pero la FIFA aprueba la creación de la Comunidad de Estados Independientes (CEI) para jugar el torneo. También eligen como himno la novena sinfonía de Beethoven. Termina la Euro en última posición y ahí termina su historia.

A diez días del inicio del torneo, la ONU veta a Yugoslavia de todas las competiciones por el estallido de la guerra de los Balcanes. En este caso sí es la segunda de grupo, Dinamarca, la elegida para cubrir su plaza. Poulsen, Larsen, Olsen o Schmeichel llevan ya tres semanas de vacaciones. “No quiero ir a Suecia a jugar al fútbol, mi cabeza está en la playa”. “Mejor me quedo en casa, podemos hacer el ridículo”. Pero van. Todos menos Michael Laudrup, que reniega del estilo defensivo de la selección y de su entrenador que es quien les hace creer: “Ok chicos, vamos a ir a Suecia y vamos a ganar la Eurocopa”.

Se clasifican en una apretadísima fase de grupos. En semifinales ganan a la vigente campeona de Europa, Países Bajos, y en la final a la del mundo, Alemania. Kim Vilfort se convierte en protagonista indiscutible. Viaja a Copenhague tras cada partido para acompañar a su hija en la agonía de una leucemia. Mete su penalty en la tanda de semis, origina el primer gol de la final y mete el segundo. Su hija fallece seis semanas después.

Hoy, en la Eurocopa 2021, la fatalidad ha vuelto a llamar a la puerta de Dinamarca. La imagen de sus jugadores defendiendo a su líder mientras es reanimado habla de lo que es una tribu. Y es que la familia y el honor son dos conceptos muy arraigados en la sociedad vikinga. Quizás Dinamarca sea el último vestigio vivo de lo que un día fue el fútbol. De una Eurocopa en la que había más bigotes que tatuajes. Una oda a la llaneza y una antítesis del fútbol moderno que corrompe todo lo que toca.

Y así se la han cargado.

Artículo publicado en El Correo Gallego