Con Franco se vivía mejor

“Desde hoy. Franco asumirá todo el poder. Y el pueblo lo acatará felizmente. No habrá igualdad. La mujer no podrá votar. Se censurará todo contenido político cultural y escrito. La mujer deberá dedicarse al hogar y al matrimonio, no emprender una carrera. A los homosexuales se les aplicará, si no la muerte directa, la lobotomía. Se reinstaura la pena de muerte para delitos comunes y políticos con carácter retroactivo. El judaísmo, el liberalismo y la democracia serán tres de los enemigos del nuevo régimen”.

Con 28 renglones, David Uclés firma ‘El caligrama del funcionario civil’. Es una danza de grafismos -como los de Huidobro, Apollinaire o Manuel Antonio- que dibuja la silueta del Valle de los Caídos, el mausoleo del dictador. Detrás de las 700 páginas de ‘La península de las casas vacías’, se esconden tres lustros de titánica documentación para engendrar una de las mejores novelas de nuestro siglo. Algo sabrá el chaval.

El 20 de noviembre de 1975, Francisco Franco fallecía en el Hospital de La Paz. Su defunción supuso el fin de la dictadura y el advenimiento de la democracia, pero donde solo cabría encontrar alivio también emerge una terrorífica añoranza disfrazada de incultura. El 21,3% de los españoles considera que los años del franquismo fueron “buenos” o “muy buenos”, mientras que uno de cada cinco jóvenes valoran positivamente la dictadura. Los nietos de la barbarie aseveran sin rubor que Franco hizo muchas cosas buenas, pero se quedan in albis cuando toca enumerarlas. Sin tan siquiera entrar en la avalancha de derechos estragados, las torturas, ejecuciones o los campos de concentración, yo vengo a hablar de mi libro.

En 1934 nacía la Sección Femenina para formar a la mujer en los roles del hogar, refinando el esencialismo ilustrado: cariño para ellas, fuerza para ellos. Tocante al deporte, médicos, autoridades políticas y religiosas esgrimían argumentos supuestamente científicos que las limitaban a actividades artísticas como la gimnasia o, en menor medida, el tenis, la natación y el voleibol para reforzar su delicadeza, gracilidad, armonía, elegancia y belleza. No podían practicar fútbol, remo, boxeo, ciclismo y ni siquiera atletismo. En la revista de la Sección se asegura que “la limpieza y abrillantado de los pavimentos, quitar el polvo de los sitios altos, limpiar cristales, sacudir los trajes, cumplen los mismos objetivos que un ejercicio programado o un deporte”.

Pero el caso más desolador fue el de las raquetistas. La primera medalla olímpica española fue ganada en París 1900 en cesta punta por José de Amezola y Francisco Villota. Sin embargo, las auténticas estrellas pelotaris eran mujeres. Bene II, Carmenchu Sánchez, Chiquita de Ledesma o Chiquita de Anoeta cuadruplicaban el salario medio y se codeaban con la flor y nata de la sociedad. Fueron las primeras deportistas profesionales en España y eran motivo de orgullo en el extranjero. Con la llegada del franquismo se definió la pelota como una “actividad no femenina que contribuía a la esterilidad” y en 1944 se prohibió la emisión de licencias a “señoritas raquetistas”. Un año antes, suponían más de la mitad de las licencias de la federación. Hoy apenas superan el 10%.

El franquismo fue el mayor estorbo que encontró el deporte femenino en España. 50 años después, las mujeres siguen empujando una losa que se erosiona a balonazos, en detrimento de todos los que dicen que el deporte femenino nunca será como el masculino y que con Franco se vivía mejor.

📝 Artículo publicado en La Región

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