2876: campeón enmascarado

En 1998, los millennial más precoces despedíamos a un semidiós que hicimos patrono de nuestra generación. Michael Jordan, el eterno 23, se retiraba del baloncesto. No era la primera vez que el astro nos dejaba huérfanos. En 1993, satisfaciendo uno de los sueños de su padre, se enrolaba en los Chicago White Sox de la Major League Baseball. Pero de algún modo sabíamos que aquello no era más que una pausa. El asueto tan solo dividió los dos mayores hitos de su carrera, los dos ‘Three-Peat’ simétricos con los Bulls. Tras ganar el último anillo con aquella suspensión fantasmagórica sobre Byron Russell, sí que contuvimos el aliento. Esta vez iba en serio.

Un 25 de septiembre de 2001, Jordan anunciaba su regreso y los millennial recuperamos el resuello. Con 38 se volvía a enfundar el 23 en los Wizards, un equipo alejado de pretensiones áureas, pero con un nombre explícitamente ilusionista. Las críticas no tardaron en llegar pero Air Jordan lo tenía claro: “solo quiero jugar al baloncesto que amo. No me importa el dinero, ni si me pagan un solo centavo”. Y de la pasión del mejor de la historia todavía emanó magia: más de 20 puntos por encuentro y el primer jugador de 40 años en anotar más de 40 tantos en un partido de la NBA.

No tengo dudas de que a Alejandro Fernández, tan millennial como yo, también le marcó la historia de Mike. Su trayectoria en la Carrera Popular San Martiño, da buena cuenta de ello. Hace un año se despedía de la competición en la que fue su carrera fetiche, su tótem y talismán. En ella fue el mejor. Todavía es el mejor. Seis triunfos como los seis anillos de Jordan -2012, 2013, 2017, 2018, 2019 y 2021-.

Dos semanas antes de aquella carrera y con 39 años, colgaba un post concluyente: “todo tiene un inicio y un final. Después de muchísimos años esto se termina. Bueno, continúa de manera diferente”. Y en esa retirada profesional también rendía un homenaje. El nombre de Willy García Calvo, su primer mentor, aparecería en su peto acompañando a un dorsal habitual en sus años de preeminencia. El primero. El imponente número 1.

Esta semana, el propio Álex desconocía qué dígitos luciría en su re-debut en la San Martiño como corredor del populacho. Ayer arrancó del Puente del Milenio con el 2.876. Casi tres mil unidades por debajo de las cifras que acostumbraba. Poco le importó. Reseteó su reloj y lanzó su primera zancada con la bizarría del hexacampeón, con la experticia de un cuadragenario y, lo que es más importante, con la ilusión de aquel niño de la Academia Postal que, con apenas 15 años, ya se codeaba con kenianos y etíopes.

Como aquellos 43 puntos que un Jordan de 40 tacos le clavó a los Nets en el MCI Center, Álex pasó por el arco de meta con la misma edad redonda de la madurez en cuarta posición, parando el crono en 30’49”. Tan solo a dos segundos del podio. Tan solo a 35 del campeón. Más allá del entrenamiento, del lactato y, sobre todo, de los años, la San Martiño va de pasión. Y en ese dominio ardiente de las emociones, no hay nadie más entusiasta que Álex.

Este artículo va del fuego que mueve al mundo. La antorcha que dejamos a los que nos siguen. Ese ardor que, en la veteranía, impulsó a Michael Jordan y a Alejandro Fernández en la misma dirección. Para los amantes de la cabalística, que sumen cada uno de los dígitos que forman el dorsal con el que corrió ayer Álex.

El 2876.

📝 Artículo publicado en La Región

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