La mujer que venció al infierno

Abrazada por un perímetro insondable de la naturaleza más agreste, salvaje y despiadada bajo la sombra de las abominables montañas de Tennesse, Brushy Mountain es una de las prisiones más seguras de Norteamérica. El zarzal tremebundo que rodea la cárcel es Frozen Head State, un parque del que nunca nadie consiguió huir. James Earl Ray, el asesino de Martin Luther King lo intentó en 1977. Los guardias lo encontraron tras 60 horas de escapada. Estaba tendido sobre la nieve, cubierto de hojas y al borde del colapso. El vergel solo le permitió recorrer 12 kilómetros antes de tragárselo.


A Gary Cantrell, más conocido como Lazarus Lake, le pareció divertido convertir este martirio en carrera y puso en marcha la Barkley Marathons con una salvedad: los participantes disponen del mismo tiempo del que dispuso el asesino de Luther King, pero no para recorrer 12 kilómetros. Sino unos pocos más: 160. El dato de finalizadores estremece. En 40 años consiguieron terminarla 20 personas.

Con solo 40 plazas por edición, la odisea de la Barkley comienza mucho antes de calzarse las botas. No hay forma humana de contactar con Laz. Existe un correo electrónico pero se custodia como el último galón de petróleo. Si se consigue, se debe escribir un ensayo exponiendo los motivos para ser aceptado. La cuota de inscripción es irrisoria -un centavo por kilómetro hasta 1,60 dólares- pero Laz vive de las excentricidades. Los novatos deben entregarle una matrícula de su país; los veteranos, unos calcetines lo más horteras posible y un paquete de Camel.

Laz se fuma uno tras otro contemplando el horror que él mismo edifica y viendo cómo sus crías son devoradas por la espesura. La combustión de uno de sus cigarros marca el inicio del viacrucis que solo él sabe cuando comienza. Una hora antes, una caracola resuena en el bosque para prevenir a los corredores que hacen guardia. A cada vuelta deben entregar, como peaje, las páginas de los libros correspondientes al número de su dorsal que Laz coloca a lo largo del recorrido. Si no continúan, una marcha fúnebre los despide a toque de corneta. Un mapa, una brújula, cinta adhesiva y vaselina son las únicas armas de los corredores ante un abismo de rocas, matorrales y pendientes forradas de lluvia, niebla y nieve en medio de la oscuridad.

Si hoy escribo estas líneas es porque el año pasado una mujer puso patas arriba el infierno de Laz, siendo la primera en terminarlo. Jasmin Paris no es atleta profesional. Es veterinaria e investigadora científica. Con 40 años y madre de dos hijos, se forjó a lo largo de su trayectoria como especialista en carreras de montaña. También es tenaz. La de 2024 fue su tercera participación en la Barkley. El tiempo empleado habla de un milagro. Cuando Jasmin tocó la valla amarilla tras su quinta vuelta al recorrido y tres días en las piernas, faltaban 99 segundos para el final de las 60 horas de plazo.

En 2015 Laz aseguraba que, “matemáticamente”, ninguna mujer podría acabar la Barkley porque no son “lo suficientemente fuertes”. Diez años después, Jasmin Paris ha reventado todas las cuentas de la carrera más voraz. Porque los cálculos que nos han enseñado siempre se olvidaban de un valor en alza: el femenino.

📝 Artículo publicado en La Región

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