En Arabia Saudí las mujeres no pueden hacer casi nada. El sistema de tutela masculina controla su autonomía. No pueden someterse a una intervención, salir del país o casarse sin el permiso de un hombre. Tampoco pueden cambiar de tutor sin esta aprobación, lo que convierte su vida en un ciclo sinfín para el primero que la posea. Si sufren abusos y quieren abandonar el hogar pueden ser denunciadas por desobediencia. No pueden caminar solas por algunos espacios públicos, ni mezclarse con hombres que no sean de su familia. Hasta anteayer, no podían conducir. Deben vestirse con la abaya y taparse el pelo con el hijab. Los delitos calificados como ofensas graves pueden llegar a ser castigados con muerte por lapidación.
Es en este país donde, desde hace más de un lustro, se están celebrando los mayores espectáculos deportivos del planeta. Y es en este momento donde sitúan diez micrófonos delante de la mujer que consiguió el primer Balón de Oro español en 60 años, Alexia Putellas, como diez fusiles. Le preguntan qué le parece que la Supercopa femenina pueda seguir el mismo camino. Está claro que el fracaso de esta iniciativa, de suceder, será de las mujeres, porque para el éxito ya hay demasiados candidatos.

Alexia se encoge de hombros y contesta con brillante naturalidad: “la masculina ya está, ¿no?”. Y ahí debería de terminar la entrevista. Cuando decide enumerar los eventos que se realizan en Arabia, pide ayuda, pero ninguno de los diez micrófonos se la da. No pasa nada porque los enumera bien. En el fútbol no solo comparece la Supercopa española sino también la italiana. En el golf se ha creado un circuito paralelo que se ha llevado a Jon Rahm. En Fórmula 1 tienen el Gran Premio de Yeda. En tenis ya alberga las finales Next Gen y Rafa Nadal es uno de sus embajadores. El rally más importante del mundo, el Dakar, se realiza en Arabia. Y en ciclismo ya están en el pelotón World Tour. No cabe duda de que el sportswashing ayuda a blanquear la reputación dañada. Pero a veces, el maquillaje se corre. Con la llegada de la Supercopa española, en 2020, los saudíes permitieron a las mujeres acceder a los estadios de fútbol. Una vez terminó la fiesta tardaron tres días en reactivar la prohibición.
Alexia es mucho más inteligente que los diez micrófonos y localiza el cepo: “si no vas sales perjudicada porque no tienes ese ingreso y luego tienes que soportar el ‘no generas’, pero si quieren pagar por ti no puedes ir porque eres mujer”. De otro modo lo explican tres mujeres (Martín, Soler y Vilanova Soler) en el preceptivo ejemplar ‘Sociología del Deporte’: “las mujeres se encuentran ante una trampa social: o bien corren el riesgo de no ser identificadas como líderes si no adoptan formas de hacer y de ser propias de los hombres, o bien corren el riesgo de ser consideradas poco femeninas si las adoptan”.
Conviene no caer en la trampa que continuamente tiende el heteropatriarcado para cargar a la mujer con la culpa. “Nosotras no vamos a decidir, al final hay personas encargadas de organizar todo esto”, dice sabiamente Alexia.
Quiero creer que los que tienen que tomar la decisión lo hacen apoyados por una serie de ventajas que nos favorecerán a todos, pero muy especialmente, a todas. Las de aquí y las de allí. Una serie de ventajas que vayan más allá de los pingües beneficios económicos que ingresarán en sus arcas. Y digo bien, pingües, porque ante la crisis de valores que adolece el mundo y los crímenes contra los derechos humanos, el dinero debe ser lo de menos.
📝 Artículo publicado en La Región
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