
El 25 de diciembre de 1988, el ‘Xou da Xuxa’ emitió un programa de Navidad que contó con un invitado especial. Ayrton Senna venía de conseguir su primer título mundial de F1 y visitaba el plató de la cantante con quien había comenzado días antes una relación. Xuxa felicitó los años 1989 y siguientes plantando en la cara del piloto sucesivos besos de carmín. Su cuenta se paró en 1993.
Ni ella ni nadie sabían que la vida de Senna sería segada demasiado pronto. En 1991, con tres mundiales ya en el bolsillo, aseguró que aún le quedaba la mitad de su vida y mucho por aprender: “la felicidad llegará cuando me siente completo, lo que no sucede hoy”.
La felicidad que buscó Senna a lo largo de su carrera puede que estuviese lejos de lo terrenal por la cantidad de injusticias que tuvo que enfrentar y que alcanzaron su culmen en el ominoso Gran Premio de San Marino de 1994. Senna llevaba tiempo insistiendo en que su coche era inestable y estaba mal equilibrado. Además, peleaba constantemente por mayores cotas de seguridad. Ni su equipo ni el presidente de la FIA, Balestre, lo escuchaban.
En los entrenamientos de Imola, Barrichello estrelló su Jordan perdiendo el piloto la consciencia y la respiración durante seis minutos. El sábado, en la calificación, Ratzenberg empotraba su Simtek contra una barrera de hormigón, perdiendo la vida en el acto. El Gran Premio continuó con la connivencia de la FIA. El médico, Sid Watkins, trató de disuadir a un Senna completamente roto: “eres el más rápido. Déjalo y vamos a pescar”. Su respuesta fue su sentencia: “tengo que seguir”.
En la salida, el Benetton de Lehto se quedó clavado y fue embestido por el Lotus de Lamy. Trozos de carrocería invadieron la parrilla e hirieron a nueve personas. La decisión de sacar el safety car era irrevocable. Se trataba de un Opel Vectra que no superaba los 130 km/h en las subidas. Senna alzaba su puño en señal de protesta por la peligrosa velocidad. En ese lapso, los neumáticos de su Williams podrían haber perdido presión y temperatura. Un día antes el safety car estaba siendo cambiado por un Porsche 911, pero el reemplazo se abortó por cuestiones comerciales.

La curva de Tamburello, donde no hay cabida a los errores, es el mayor ejemplo de la fatalidad. Algo falló en el coche que colisionó en el ángulo exacto para que un eje de suspensión le causara un traumatismo fatal. El cuerpo de Senna no presentaba ni un hueso roto, ni un solo moratón. La providencia o la religión comparecen como respuestas en lo insondable. Senna ya había identificado su accidente de Mónaco, en 1988, como una señal de que Dios “estaba allí esperándome para darme la mano”.
En la mañana del día de su muerte, Senna leyó la Biblia: “recibirás el don más grande de todos, que es el propio Dios”. Watkins, agnóstico confeso, vivió el último suspiro de Senna con el que dijo que su espíritu se había ido a otro lugar. En la lápida del piloto reza el epitafio: “nada me puede separar del amor de Dios”.
Tras 30 punzantes años sin Beco, quiero creer que aquella fue su forma divina de alcanzar una dicha que le era esquiva en lo mundano. Su espíritu y sus valores quedan para siempre como legado del mayor icono mundial del automovilismo, con un halo de santidad.
📝 Artículo publicado en La Región
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