No lo recuerdo bien pero mi primera experiencia en el circo fue en el de los Muchachos en una Navidad en la que no alcanzaba siquiera los dos dígitos de edad. De aquel viaje a la ilusión recuerdo un paseo en caballo y la figura del castillo de arlequines como reclamo, una estructura que aún se puede ver a los pies de la desvencijada cúpula de Benposta en una finca de Seixalbo. No lo recuerdo bien porque todas las memorias que se bañan en magia, con el tiempo, se vuelven difusas.
El circo y la Navidad comparten el ejercicio de la fe. Los números de ilusionismo o las piruetas imposibles nacen del mismo milagro que el dibujado por el trineo de Santa o la estrella de Belén. Creer algo sin cuestionarlo nos permite viajar a lugares recónditos nunca antes imaginados, un superpoder que atesoran los niños.
A lo largo de sus 40 años de vida, el ‘Circo del Sol’ nos invita a ese viaje en su caravana cargada de espectáculos. Los protagonistas son un sinfín de atletas y gimnastas que consagran y deifican la relación íntima que siempre han guardado deporte y circo. La lista de olímpicos que han actuado bajo su carpa asciende a medio centenar. Suelen estar colgados de sus anillas como el norteamericano Raj Bhavsar, bronce en los Juegos de Pekín, la australiana Lisa Skinner o el rumano Rares Orzata. Por otro lado están las nadadoras artísticas. La española Marga Crespí, bronce en Londres, y la norteamericana Christina Jones también se han unido a la compañía. El encargado de cazar los talentos es Fabrice Becker, oro en ballet de esquí en Albertville. Y entre todos ellos destaca Terry Barlett, un gimnasta británico que participó en tres Juegos y que, al llegar al circo, decidió ponerse la nariz de payaso.

Puede que parezca pretencioso decir que todo esto nace en Ourense, pero no por ello deja de ser cierto. ‘El Circo de los Muchachos’ fue la primera escuela de circo de España y la segunda del mundo, tras el Circo Ruso, fundada por el Padre Silva en 1963 y que cobró vida en una ciudad autogestionada por niños con su propia moneda, pasaporte y gestión política y administrativa, en unos tiempos en los que la democracia todavía era quimérica en España. La utopía sobrevivió cuatro décadas en las que los niños abandonados, fugitivos, hambrientos y desamparados conquistaron el mundo actuando en gigantes escenarios deportivos como el Grand Palais de París, Maracaná en Río, el Madison Square Garden de Nueva York o el estadio olímpico de Tokio. El ‘Circo del Sol’ tomó buena nota de lo que ocurría en Ourense para marcar su hoja de ruta y convertirse en la mayor compañía circense del mundo.
La máxima de los Muchachos: “el fuerte abajo, el débil arriba y el niño en la cumbre” es una oda al orden lógico que deberían ocupar las cosas pero también un canto a las segundas oportunidades. El circo fue fundado hace 300 años por Philip Astley, un jinete británico que reunió bajo su carpa a una serie de figuras -acróbatas, saltimbanquis, mimos o payasos- que se ganaban la vida lastimosamente en la calle. La idea del Padre Silva, desgraciadamente incompleta, bebe de estos orígenes y de la esperanza de darle todo a quien no tiene nada para llevar alegría e ilusión a todos los rincones del planeta. Porque en el circo siempre es Navidad.
📝 Artículo publicado en La Región
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