El silencio

En la mañana de ayer la cuenta de Instagram de Cristina Fallarás era clausurada.

Desde 2018, la periodista recopila en su perfil los testimonios anónimos de millares de mujeres que se sinceran ante ella en lugar de hacerlo ante los tribunales o los medios para denunciar las agresiones, maltratos y violencias que han vivido. Probablemente, el miedo a no ser creídas o señaladas es lo que les impide alzar su voz.

Si se cierra la cuenta de Cristina no se silencia a Cristina, sino que se le apaga la voz a las miles de mujeres que, por fin, se animan a extirpar su trauma.

Hace tres días, uno de los tantos relatos que acumula la cuenta de Fallarás, acusaba a un un político. Horas después Íñigo Errejón abandonaba la política con un mensaje ambiguo en el que se podía entrever algo más. Ese algo más eran, efectivamente, varias denuncias por violencia sexual.

La historia nos deja la contraposición de dos silencios: el cómplice e incomprensible del círculo íntimo de Errejón y el mancillado y desgraciadamente entendible de las víctimas.

En una de sus últimas entrevistas, Cristina Fallarás describe la “humillación del silencio de los hombres” y lamenta “lo doloroso que es que no hayan hecho nada” centrándose en la pena de que “ningún futbolista levante la voz”.

Lleva razón. Mientras a ella la bloquean, las redes sociales del mundo del fútbol acaparan un enorme público. El partido de anoche entre Madrid y Barça cuenta con una audiencia potencial de 650 millones de espectadores, dos veces la población de Estados Unidos. Además, el Real Madrid es el equipo con más seguidores en Instagram -168 millones- y el Barcelona es el segundo -130 millones-.

Pero por ahora, el fútbol no es el mejor ejemplo.

Los futbolistas de élite siempre encuentran una salida. Una vida extra que les conduce a la condonación de su deuda. Su omnipotencia en una sociedad enferma les otorga la prebenda de la santidad. Dani Alves, en libertad provisional por el precio de un millón de euros. Los jugadores del Arandina que agredieron sexualmente a una menor de 15 años con una pena reducida de 38 a 9 años. Santi Mina, condenado por un delito de abuso sexual, jugando en Arabia. O un sector de un estadio cantando aquello de “no fue tu culpa, era una puta, lo hiciste bien” cuando su jugador, Rubén Castro, estaba acusado de violación.

Mientras Elisa Mouliáa, la primera mujer que cometió la osadía de abandonar el anonimato de las agresiones de Errejón, tiene que justificarse de lo ocurrido -ella, que es la víctima-, 85.000 gargantas corean en el Bernabéu el nombre de Mbapée, el octavo deportista con más seguidores en redes que tiene encima de la mesa una denuncia por agresión sexual sin resolver.

Meta decide a quién le da voz y a quién se la quita. Pero nosotros tenemos un poder mucho mayor que es el de no callarnos nunca. El fútbol, con su enorme poder, debe castigar a los agresores porque como dijo Gisele Pelicot, “la vergüenza no debe recaer en mí, sino en ellos”.

📝 Artículo publicado en La Región

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