En el mundo altamente competitivo que han configurado para que nos matemos los unos a los otros, reina la frustración. Los desengaños se van acumulando hasta que el enojo pasa de esporádico a frecuente y llega un punto en que todo nos irrita. Cualquier excusa es buena para regodearnos en la creencia de ser las personas más desdichadas del universo y coquetear, de forma mórbida, con una depresión tétrica pero sin fundamentos.
Y llega agosto. Con sus agitos paralímpicos que son los de todas las banderas del mundo y que caen sobre nosotros como una cura de humildad y vergüenza.
¿Cuántas veces te has enfurecido por perder un tren? Siendo un niño, Ibrahim Hamadtou perdió ambos brazos en un accidente ferroviario. Aprendió a jugar al tenis de mesa sujetando la pala con la boca y sirviendo con el pie. Entrenaba muy temprano y muy tarde para que nadie lo viese y se riese de él. Hoy es él quien sonríe y le cuenta al mundo que “no hay nada imposible”.
¿Cuántas veces has pataleado por que tu gimnasio estaba cerrado? Zakia Khudadadi nació mujer, sin un brazo y en Afganistán. Comenzó a practicar taekwondo y se clasificó para Tokio. Los talibanes se lo prohibieron pero ella continuó yendo a su gimnasio a escondidas. Huyó a París donde hoy alza un bronce. Zakia sonríe y dice que su medalla es “por la libertad y la igualdad”.
¿Cuántas veces has maldecido la comida que te ha sentado mal? Con once años, a Bebe Vio le amputaron brazos y piernas para salvarla de una meningitis letal. No fue un impedimento para convertirse en la primera esgrimista competitiva sin extremidades. Hoy no solo es múltiple medallista, sino también modelo, influencer y activista. Bebe sonríe y grita al mundo: “¡soy una mujer afortunada!”
¿Cuántas veces te has frustrado por la herida que te han hecho tus zapatos? Teresa Perales perdió la movilidad de sus piernas por una neuropatía en plena adolescencia. Tras meses muy duros, aprende a nadar. Con sus dos brazos gana 27 medallas paralímpicas. Su discapacidad aumenta después de Tokio pero reaprende a nadar con un solo con un brazo y gana un bronce en París. Sonríe, rebosante de ilusión, y se lo dedica a “todos los que mantenemos la esperanza hasta el final”.

¿Cuántas veces has echado pestes porque no tienes tiempo para nada? Con once años, Loida Zabala estuvo postrada varios meses en una cama por una mielitis transversa. Se queda en una silla de ruedas que identifica como la libertad de poder salir del hospital. Comienza a mover pesas para hacerse fuerte e independiente. Hace un año le detectan un cáncer de pulmón en estadio 4 avanzado. Con indecibles esfuerzos, consigue acudir a sus quintos Juegos. No solo sonríe sino que llora de alegría para decir: “estoy súper agradecida con la vida por haberme traído hasta aquí”.
Son muchas las ocasiones en las que la ira nos aprisiona y en las que sobredimensionamos el tamaño de una mota de polvo. Por eso, cuando se te caiga la tostada por el lado de Murphy, sonríe, respira y recuerda que cualquiera de los 4.400 paralímpicos que han estado en París haría un origami con tu drama.
📝 Artículo publicado en La Región
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