La nitidez de la eternidad

De las tres prórrogas que, en 1992, nos dejaron sin oro, guardo un recuerdo borroso. También un dolor punzante que se activa en el esternón cada vez que la selección de waterpolo extravía sus aspiraciones olímpicas. Las más recientes, que aún escuecen como heridas sin cicatrizar, son causa del ardor balcánico. En Tokio un gol in extremis del serbio Filipovic nos mandó a casa. En París, demasiados balones se estamparon en el croata Bijac.

Conviene no olvidar que, tras aquella final de Barcelona en la que 42 segundos nos separaron del oro, la selección supo rehacerse y coronarse campeona olímpica cuatro años después. Pero también es cierto que, tras el rotundo éxito, el waterpolo español masculino no ha vuelto a tocar metal en unos Juegos. Jamás. A pesar de que su evolución indicase lo contrario.

Dos años después de Atlanta, los García Aguado, Estiarte, Pérez, Rollán o Ballart, alcanzaban el techo del mundo en Perth en lo que me atrevería a decir que fue, es y será uno de los mejores equipos de la historia. Pero en aquel mundial se ganó mucho más. El waterpolo español saltaba a la piscina por primera vez con dos equipos: el masculino y el femenino.

Con mucho menos tiempo, la selección femenina ha conseguido, con la de ayer, 14 medallas por las 20 de su homóloga masculina. Y en lo que respecta a lo olímpico su nivel de fiabilidad es mucho mayor: de los cuatro Juegos a los que ha clasificado, ha hecho final en tres.

Un miembro de aquella selección todopoderosa, Miki Oca, sobrevive como entrenador en esta. Pero son las chicas quienes, generación tras generación, lo mejoran todo. Hoy son las Forca, Leitón, Ortiz, Terré, Espar o Crespí las que se llevan la medalla de oro olímpica en lo que me atrevería a decir que es y será uno de los mejores equipos de la historia del waterpolo.

El pasado jueves, completamente encendido tras la victoria ante Países Bajos, me compré un vuelo y una entrada. Haber formado parte de las 15.000 almas que ayer incendiaron la piscina de La Defénse me convierte en testigo de una historia que, ahora sí, guardaré con total nitidez para siempre.

📝 Artículo publicado en La Región

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