Si a Elaine Thompson-Herah no se le hubiese desgarrado el Aquiles en el Grand Prix de Nueva York, habría igualado, posiblemente, el récord del doblete de los 100 y los 200 en tres certámenes olímpicos consecutivos. Su poseedor es, en exclusividad, Usain Bolt.
El infortunio de Elaine amplió hasta el infinito el abanico de candidatas a una distancia que presenta una igualdad ignota en el último lustro. Los nombres repetidos para la corona eran los de la bicampeona olímpica, Shelly-Ann Fraser-Pryce; la campeona mundial, Diana Asher-Smith; la mujer más rápida de África, Marie-Josée Ta Lou-Smith y, por supuesto, la bicampeona mundial y principal favorita, Sha’Carri Richardson.
La de Dallas tenía cuentas pendientes.
A escasas semanas de Tokio, se perdió los Juegos por un positivo en THC. En medio de una entrevista, se enteró de que su madre biológica había muerto. Richardson reconoció haber fumado marihuana por no saber controlar sus emociones. “I am human”, sentenció. Regresó a las pistas y sus tiempos hicieron que empezase a ser conocida como la mujer más rápida del mundo. En un abrir y cerrar de ojos, llegó París.
Pero los Juegos albergan sueños tan grandes como los de Richardson. Desde una minúscula y remota isla perdida en medio del Caribe salió Julien Alfred para hacer historia. Su nombre no estaba en las apuestas, pero no le importó. Julien se proclamó campeona olímpica. Y sería un doblete si Gabby Thomas no lo hubiese evitado en el 200.

En su biografía también hay un duelo. A los 12 años perdió a su padre. Sobrecogida por el dolor abandonó el atletismo. Su entrenador insistió y dos años más tarde se mudó a Jamaica para luchar por todo. En su pequeña isla de Santa Lucía, devastada hace un mes por el huracán Beryl, sus compatriotas encuentran un motivo para sonreír.
El oro de Julien dejaba a Richardson con la plata, primer metal olímpico de su historia, pero en el día de ayer, la norteamericana salvaba a Estados Unidos en el último relevo del 4×100 cuya final será hoy.
Porque en París caben todos los sueños.
📝 Artículo publicado en La Región
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