En ocasiones la astenia primaveral se extiende demasiado para acompañarme hasta el verano junto a los innumerables achaques del hacerme viejo. El cansancio permanente se abraza a los cambios de humor para situarme en el brete de si lo que tengo será algo físico o producto de mi cabeza. De su unión nace la hipocondría que me dice que también tengo Epstein-Barr. El virus afecta al 95% de los adultos entre 35 y 40 años, generalmente deportistas, y cursa con irritación de garganta y una fatiga crónica extrema. Yo, que últimamente toso mucho y me regodeo en la lasitud.

Quién de verdad lo sufre es Mark Cavendish. El de la Isla de Man descubrió su infección con un análisis de sangre en 2018. El codazo de Sagan en la llegada a Vittel le agujereó el omóplato y parte de su alma. Mark se sentía constantemente aletargado hasta el punto de aparcar la bicicleta. El Epstein-Barr le había robado el hambre. Tanto que dejó de comer. Quería ser más ligero para sentirse más rápido. Su compromiso con la competitividad le llevó a provocarse el vómito. Nada de eso funcionó. Fue eliminado del Tour por llegar fuera de control y la opinión pública lo condenó: “está acabado”. A su inapetencia se le sumaba un plato vacío: fue descartado para los Tours de 2019 y 2020. Su médico lo había advertido: “si corres con Epstein-Barr empeoras y ya no puedes recuperarte. Correr algo como el Tour de Francia se vuelve imposible”.
El virus también le quitó el hambre de vivir. Los malos resultados le provocaron una depresión clínica: “No quería hacer nada. No sentía nada”. Otro virus le devolvió las ganas. La terapia, su familia y un confinamiento, la vida. En medio de una pandemia asfixiante, Cavendish volvía a respirar. El tiempo confinado en casa con su mujer y sus hijos reactivó la felicidad de Mark que no estaba en las carreras, sino en la libertad de montar en bicicleta.
Recuperar su cabeza fue el antídoto para recuperar sus piernas. De repente se sentía como un aprendiz famélico que buscaba su primera victoria. Aceptó un mísero sueldo y ser la tercer opción al sprint del Quick Step. Una lesión de Bennett le abrió las puertas del Tour de 2021. No ganó una etapa. Ganó cuatro.
El mismo equipo que lo rescató le dejó sin el premio del Tour de 2022. Fichó por Astana en la que sería su última temporada pero anticipó su marcha por una caída cuando buscaba el récord. El hambre le hizo, con 39 años, cometer la temeridad de apuntarse a un último baile. Tres días llegando al borde del cierre, desencajado y vomitando daban la razón a los detractores. Pero Cav tenía un plan. Su victoria en la quinta etapa le convierten, en solitario, en el ciclista con más etapas del Tour por delante del mejor de todos los tiempos, Eddy Merckx.

El palmarés del belga -cinco Tours, cinco Giros, una Vuelta, tres Mundiales, 17 monumentos, diez clásicas y siete vueltas menores- deja poca duda de ello. Merckx fue un dominador absoluto. Rodador, escalador, contrarrelojista y sprinter. Un caníbal con una insaciable voracidad que engullía títulos sin dejar nada para los demás. Comenzaba en las clásicas de primavera, competía en las Grandes Vueltas de verano, corría los criteriums de otoño y en invierno se bregaba en pista. En total, 525 victorias de 1.800 carreras, una de cada tres.
Reconozco a quien siempre tiene hambre pero valoro más los esfuerzos de quién se ha quedado vacío y busca el remedio para sobrevivir. Comer por glotonería no es lo mismo que comer por la necesidad de sentirse vivo.
El caníbal se ha visto superado, por fin, por el superviviente.
Y me quedo con esa lección de vida para cuando llegue la astenia.
Artículo publicado en La Región.