A Calpurnia, lo que es de Calpurnia

En un comercial de Orange Mbappé y Griezman realizan diabluras con un balón para la locura de los aficionados. Pero es mentira. Quienes hacen esos regates no son hombres. Son mujeres. Los movimientos de las jugadoras francesas Karchaoui o Le Sommer fueron manipulados con VFX para simular que eran de estrellas masculinas. Supongo que lo que quiere decir el anuncio es que no existe ninguna diferencia entre ellos y ellas, pero que, al mismo tiempo, todavía estamos en un momento en el que no podemos darle de comer brécol al pueblo sin camuflarlo con jamón.

Hoy, estamos más cerca de que el público quiera tanto una cosa como la otra, porque el fútbol femenino ha creado, de la nada, su propia inercia.

A los recuerdos imborrables que se amontonaban en el hipocampo colectivo como la vaselina de Torres, el cabezazo de Puyol o el pie de Casillas, ya se le han añadido otros como el zapatazo de Tere, la revolución de Salma o los disparos de Carmona. Porque gracias a este Mundial, muchos niños que hace 21 años madrugaban para ver un partido de hombres en Corea y Japón se han convertido en adultos que, con la misma ilusión, se han levantado temprano para ver un partido de mujeres en Australia.

Y es que no. No hay ni diferencias ni similitudes. Porque no tiene que haberlas. El fútbol femenino es un libro blanco que está escribiendo su propia historia sin parangón con nada anterior. Porque en nada de lo anterior han estado.

Pero la retahíla de sandeces con peste a esmegma y Varón Dandy aún ha de ser soportada.

Si dices que “el fútbol femenino es infumable” estás confundiendo subjetividad con objetividad. Si no te gusta nadie te pide que lo consumas, pero recuerda que nadie, absolutamente nadie, te ha preguntado tu opinión.

Si dices que el “el fútbol femenino no genera interés”, desconoces los récords de audiencia y asistencia y que, por ejemplo, el 33% de la población aussie vio la semifinal de su país.

Y si dices que “no puede haber igualdad salarial porque las mujeres no generan repercusión y que así es el mercado”, estás validando un sistema capitalista eminentemente masculino al que las mujeres se incorporaron dos siglos después de su invención por causa obligada de una Guerra Mundial, pero a las que nunca, como en otros muchos ámbitos, se les ha consultado tan siquiera su punto de vista.

Porque el primer mundial de hombres se jugó en 1930 y el primero de mujeres en 1991.

Porque los hombres reciben 400 millones de dólares en premios y las mujeres 60.

Porque si hace cien años, Nita Carmona tenía que vendarse los pechos y recogerse el pelo para poder jugar al fútbol e Irene González era sacada a garrotazos por su padre de los campos; hoy, otra andaluza -Olga- y otra gallega -Tere- las han convertido a ellas y a todas en campeonas del mundo.

Los goles son de ellas.

La lucha es de todos.

Así que si no sumas, dimite y no molestes.

Porque por primera vez los aplausos no tienen que ser para ti, hombre.

Y no pasa nada.

Artículo publicado en DxT Campeón.

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